Foto: Raquel Sierra

Reabrió La Habana las compuertas. Quedan atrás las noches vedadas, los restringidos, los paseos pospuestos; señal de que las cifras de meses anteriores han descendido paulatinamente, sin que ello signifique una puerta abierta a bajar la guardia.

Los tiempos de pandemia y los esfuerzos dedicados a su contención y superación, quién lo niega, han hecho descuidar algunas cosas y ya es hora de ponerles orden.

El bulevar, de nuevo, lanza un sos. Su rehabilitación, a propósito del aniversario, está en peligro.
El granito, los bancos, las tiendas donde artesanos-artistas ubican sus productos –a los precios multiplicados y nada populares de hoy–, permanecen. Sin embargo, son los pequeños detalles los que llaman a que se les pase la mano.

El agua de lluvias recientes, verde, se acumula en el parque infantil. Su muro perimetral, que tantas veces hubo que repasar durante la reanimación de esas cinco cuadras, pide a gritos un nuevo amarillo, como mismo se oponen al óxido, desde la reja, Elpidio, María Silvia, Palmiche, Fernanda y sus amigos y otros
personajes animados cubanos.

Cestos para basura rotos o ausentes, plantas moribundas, jardineras con basura y falta de higiene
y de una buena escoba, no fue lo que se propuso y tuvo La Habana por su aniversario 500.

No lo quiere la ciudad tampoco para su 502. No es correr en un plan emergente de hoy para el 16 de noviembre. Aunque no todas sus instalaciones estén ya funcionando, se trata de no retroceder otra vez a lo que fue antes de que toda la capital se volcara a su rescate.

Es muy cierto que la COVID-19 ha demandado la atención hacia lo fundamental, salvar vidas, pero es preciso que cada uno haga su parte para que no haya latas y basura en las jardineras, las plantas estén sanas y bien cuidadas, nadie destruya, el terrazo esté limpio y las conductas de vecinos y transeúntes sean las
apropiadas. Que cada día, contra viento y marea, el bulevar amanezca como nuevo.

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