Foto: Boris Luis Cabrera

Nuestro Héroe Nacional José Martí dijo una vez que “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”, y eso es una verdad tan grande como un templo.

Este jueves tuve la posibilidad y el privilegio de conocer a uno de esos seres donde “… van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”, como también dijo el apóstol de nuestra independencia en la misma cita.

Un día antes mientras me trasladaba en un auto de alquiler por las afueras de la capital, extravié mi móvil, herramienta imprescindible para nosotros los periodistas, sin mencionar que guarda una serie de informaciones personales, fotos, claves, ideas y bocetos, y trabajos en desarrollo.

Un humilde profesor de carpintería de la escuela de conducta Batalla de Cuito Cuanavale de Santiago de las Vegas, lo encontró encima de uno de los asientos del auto, y luego de dudar unos segundos prefirió llevárselo a casa antes de entregárselo al chofer, porque sin vacilar ni un instante prefirió tratar de devolvérselo a su dueño personalmente.

Su nombre: José Ramón Díaz, natural de Bayamo en la provincia de Granma, un habitante común de nuestra capital, un simple “cubano de a pie” con necesidades materiales como la mayoría de todos nosotros, pero dueño de una riqueza espiritual que todas las noches le permite recostar su cabeza en la almohada, tranquilo y satisfecho por el deber cumplido, por su aporte a la sociedad, y por mantener vivos los valores humanos, en medio de estos tiempos turbulentos donde muchos se rinden y se degradan.

Este profesor hizo caso omiso a los demonios que pululan en tiempos de crisis sobre la cabeza de nosotros los mortales y renunció a ganarse unos miles de pesos porque “hacer lo correcto es la mayor satisfacción que puede tener una persona”.

Lo más gratificante de esta historia, ocurrida en un escenario difícil como el que vive nuestro país, es que este honrado ciudadano que no cree haber hecho nada heroico ni sobrenatural, es uno de los encargados de educar a las nuevas generaciones desde su trinchera en las aulas. Como dijo hace más de un siglo y medio atrás, el pedagogo y filósofo habanero José de la Luz y Caballero: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”.

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