
Por estos días en que Tribuna de La Habana llega a su aniversario 41, recuerdo un extraordinario encuentro de los estudiantes de periodismo con Fidel y que marcó, también un día de octubre, pero de 1987, la vida de muchos compañeros, de la misma forma que se produjo aquel temprano encuentro con los intelectuales cubanos en la Biblioteca Nacional, José Martí, entre los días 16, 23 y 30 de junio de 1961.
La primera vez que escribí, y fui publicado en un periódico, experimenté una sensación de libertad indescriptible. Recuerdo que observé mi nombre, justo frente a los ojos de alguien que leía mi artículo en el ómnibus, y sentí deseos de decirle que era yo; pero me contuve (y me alegro) ¿Quién era yo…? cuando apenas comenzaba a balbucear (a duras penas) mi nombre en un diario. Un nombre que por demás no tenía importancia solo para los conocidos y en la familia.
Después, durante los días en la radio (en realidad fueron años) y alcancé la categoría hombre-radio (entre mis compañeros), entonces lograba dar los primeros pasos en el periodismo: una profesión en espiral que puede conducir -a través del tiempo y el espacio- en solo dos direcciones: hacia el futuro o hacia el pasado. Advierto que es mi criterio. Por supuesto, me atengo a lo que justifico y reitero, en modo personal, en el título de este comentario.
O sea, que daba mis primeros pasos en la profesión cuando tuve el raro privilegio de participar en una reunión de los estudiantes de periodismo con el Comandante en Jefe, Fidel, en un salón del Consejo de Estado.
Corría el día 26 de octubre de 1987 y experimenté uno de los hechos más extraordinarios que marcarían definitivamente mi existencia. Antes, apenas tres años antes, había conocido los rigores de la vida en la frontera. Sobre una pequeña embarcación de 36 pies de eslora en la cual solo tenía el espacio y el tiempo necesarios para mirar hacia un punto del horizonte. En aquella línea o detrás estaba Cuba. Otras veces, podía verla más cerca en una flameante visión que se diluía en la medida que subía el sol, como si fuese un oasis. Otras, estábamos tan cerca que podíamos olerla. Era una fiesta cuando pisábamos sus costas. Durante ese tiempo debo haber crecido.
Sin embargo, ahora tengo la certeza de haber crecido más como ser humano en medio de la incondicional entrega de un colectivo diminuto que ha sabido encontrar un espacio sostenido entre millones de lectores que nos siguen en este duro batallar de mostrar la verdad que nos convoca desde la esencia de la Revolución y defenderla.
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