Se conmemora este 26 de julio el aniversario 68 del Asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. En medio del contexto mediático actual, numerosos son los llamados a desconocer la historia, a manipularla. No son teorías de conspiración, ahí están los discursos de los políticos y los trabajos de algunos periodistas con decididos objetivos para evidenciarlo.
Pero, ¿por qué esos llamados a olvidar la historia o los intentos de cambiar el significado de los hechos? Hay disímiles causas, tantas como ideas y posturas existen, pero sería demasiado iluso no ver que es parte de una guerra cultural. Es la imposición de la relativización absoluta, romper los lazos de las personas con su contexto, comunidad, familia, raíces, el “sujeto hidropónico” que algunos estudiosos mencionan. Y es así que se busca que las fechas históricas pierdan su significado, su conexión con el individuo. Se busca vaciarlas mediante la apropiación del símbolo, que pierda su sentido original y de esta forma utilizarlas para la idea contraria.
No es casual que quienes intentan subvertir el orden y cambiar el sistema actual celebren cada vez que miramos al 26 de Julio como solamente el día feriado. Mucho menos fortuito es que banalicen la conmemoración, poniendo a los líderes que intentan construir en una fiesta rodeada de símbolos de la fecha, alejándolos lo más posible del respeto a los mártires de la gesta.
Tampoco es accidental que, desde noviembre pasado y durante varios meses, se intentó imponer en redes sociales varios marcos de Facebook con los colores rojo y negro de la bandera del Movimiento 26 de Julio. Algunos hasta han llegado a celebrar la “respuesta cívica” que tuvieron los asaltantes, ofendiendo la memoria de 55 jóvenes asesinados a manos de un ejército criminal. Se intenta pasar por trivialidades los crímenes más horrendos, como los que pasó Haydée Santamaría, a quien le fueron presentados un ojo de su hermano Abel y los genitales de su novio Boris, antes de ser torturada ella misma.
Se busca que olvidemos la situación que vivía Cuba tras las fotos, sin duda bellas, de La Habana de noche en los años 50. Que olvidemos los 600 000 niños sin escuela mientras había 10 000 maestros sin trabajo, la mortalidad infantil de 60 por cada mil nacidos vivos y una esperanza de vida de 55 años. Que se omita que, aunque la Constitución del 40 fue una esperanza de mejora, los gobiernos siguientes poco o nada hicieron para materializarla. Se persigue que idealicemos un sistema agotado que no pudo impedir la tiranía de Batista y las más de 20 000 muertes que dejó.
Por eso, junto a la conmemoración, tenemos que pensar cuál es el significado de los hechos, vernos como herederos de ellos. Tratar de entender la historia no como unos eventos de hace algunos años que no tienen nada que ver con nosotros, sino como parte de esa carga vital que to[1]dos tenemos y que nos hacer ser el pueblo que somos.
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