Este 28 de enero los cubanos celebraremos 168 años del natalicio de ese hijo ilustre de La Habana: José Martí. Nacido en la calle de Paula en 1853, el más universal de los cubanos provenía de una familia de muy modesta posición.

La relación de Martí con La Habana es inmensa; comenzando por su casa natal, que no es solo la edificación amarilla de puertas y ventanas azules que hoy nos parece exquisita y familiar. Cuando vino al mundo el Maestro, entonces aquella casa era un inmueble pobre a pocos metros del borde de la muralla. Tanta luz vendría al mundo en aquel espacio conservado hoy como el museo más antiguo de la ciudad, y donde podemos observar la mayoría de los objetos personales de nuestro Héroe Nacional, incluido el grillete que tuvo que cargar en presidio y del cual desprendió un eslabón para el anillo que le acompañara con el nombre de nuestra Patria. El anillo martiano contiene el simbolismo presente de la palabra “Cuba”, se encierra su compromiso indisoluble con el destino de nuestra nación.

Hace apenas dos años, se rescató la escuela de su maestro y tutor Rafael María de Mendive, ubicada en la calle Prado, donde tomó sus lecciones. Más allá, cerca del mar, la Fragua Martiana en la cual cumplió parte de la injusta condena con solo 16 años. Pero no podemos pensar en ningún momento que los pocos años vividos en La Habana significan menor compromiso de amor. Llevaba el Apóstol directamente los asuntos de la capital, símbolo de la importancia de esta urbe para la nación, tanto entonces como ahora.
Por eso, cada habanero debe llevar en su actuar las ideas del Apóstol, más en tiempos difíciles como los actuales. Es preciso sentir a Martí como símbolo.
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