A quienes no simpatizan con la Revolución y eligieron (o quieren) vivir fuera de Cuba, les reconozco ese derecho. Ahora bien, no comulgo –es imposible- con aquellos que siguen las instrucciones de una potencia extranjera, por demás enemiga, para canalizar su inconformidad con el gobierno de su país, y ahí incluyo a quienes les apoyan al otorgarle dudoso liderazgo, y también a los confundidos, negados al sacrificio imprescindible, entregados al arrastre por gente de baja catadura, sin el prestigio y la moral, suficientes para tan si quiera tomar las riendas de sus propias familias.
Es legitima la aspiración personal de ascender, comer como Dios manda y darse otros placeres, pero dentro de esas legítimas aspiraciones -de por sí difíciles de materializar en cualquier país del tercer mundo, mucho más en una islita pequeña, sin grandes recursos-, hay pruebas (se han sacado a la luz) de que el enemigo ha puesto muchas trampas, entre las cuales el bloqueo sobresale, por prolongado, cruel, ilegal e injusto.
Dificultan el comercio, provocan las escaseces, y luego se lamentan y culpan al gobierno en su afán de minar la capacidad de resistencia y promover una disidencia activa, entre los inadaptados.
Mis otras razones para el rechazo están en el momento (en medio de una batalla crucial y de vida o muerte contra la COVID), y los métodos, vandálicos y violentos (acude a mi memoria el apedreamiento de ómnibus, lo cual provocó la pérdida de un ojo a una joven de apenas 20 años).
Mi padre, un negro nacido en Párraga, en la Cuba prerrevolucionaria, en medio de una familia muy numerosa, me contó muchas veces como todavía niño vendió huesos, limpio zapato, para ayudar al sustento del hogar. Y como luego practico boxeo y pelota, empeñado en hacerse de un nombre y abrirse paso.
Por mucho que luchó y luchó, solo la Revolución logró sacarlo de la marginalidad y ofrecerle una vida decorosa. Ganar y mantener la condición de Vanguardia Nacional, del Sindicato de la Construcción le llevaron a la Unión Soviética, Bulgaria y Checoslovaquia, y de eso vivía orgulloso, sin embargo, lo que más le hincabas el pecho y le agrandaba los huecos de la nariz, era los títulos de estudios universitarios de sus cuatro hijos, y dos de sus nietos.
Y hasta donde sé, aquí todos somos de extracción humilde, hijos de obreros y campesinos. Los burgueses y terratenientes, hace mucho rato que cruzaron el charco.
Si algo llevó muchísima razón Fidel fue en eso de que jamás un pueblo tuvo cosas tan sagradas que defender. Y si vamos hablar de hablar de derechos, también hay que reconocerles a los cubanos la facultad de unirse ante las amenazas y defenderse y defender lo que aman.
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Espero que la revolucion das un golpe fuerte a la Mafia de Miami. Saludos de Canada.