Conversaciones internas

Los cubanos somos privilegiados en cuanto a la información diaria sobre la conocida e indeseable, COVID-19. Hasta los niños hacen alarde de conocimiento en cuanto a las medidas para evitar el contagio. Por supuesto, cada persona procesa y aplica este conocimiento, según su grado de responsabilidad.

La vida me regaló una amiga, de esas personas que ha logrado un equilibrio entre lo intelectual y lo emocional. Aun así, hace unos días conversamos por teléfono, y entre risas me comentó una mala jugada de su mente. Resulta que conoció que un compañero de trabajo, con el que había interactuado en varias ocasiones, se encontraba aislado por sospecha de haber contraído el virus. Cuando llegó a su casa, empezó la tortura sicológica. Sus pensamientos trataron de evocar cada momento. Empezó a recordar todas las medidas higiénicas y se atiborró de preguntas: "Me habré lavado las manos después que salí de su oficina… guardé la distancia necesaria"… en fin, eran tantas interrogantes que se sintió agobiada.

De pronto, empezó a sentir un malestar físico y ahí sí que reaccionó y se dijo: Soy responsable y cumplo con las medidas no tengo por qué haberme infectado. Con este pensamiento se quedó dormida. Pudo imponerse a la preocupación por la actitud disciplinada que ha mantenido.

Pero si la protagonista de esta historia hubiese adoptado otro tipo de conducta. Si hubiera hecho caso omiso a la información recibida o sencillamente se hubiese cansado después de tanto tiempo, como muchos dicen, para justificar un comportamiento irresponsable, entonces…

Conozco personas informadas y sin embargo, les he escuchado frases como: todo es cuestión de suerte, al que le tocó, le tocó…   

Estamos viviendo una situación sanitaria crítica que conspira abiertamente contra la estabilidad emocional. Solo podemos garantizar nuestra seguridad con una actitud inteligente.

Todos tenemos esas conversaciones internas en algún momento. Solo depende de nuestro actuar si nos atormentan o nos tranquilizan.

Recuerde este refrán: no es lo mismo llamar al demonio que, verlo llegar.                 

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