
Si 1 207 cubanos contagiados con la COVID-19 y hasta 13 muertos a causa de la enfermedad, en una sola jornada, con respectivos niveles diarios, que rondan o superan los 1 010, no resulta suficiente para hacernos sentir obligados a asumir –de manera generalizada- un comportamiento responsable y disciplinado, entonces cabría preguntarse ¿qué otra cosa más grave tendría que sobrevenir para acabar de hacernos entender, pero sobre todo, llevarnos a asumir, que estamos frente a un mal, que si bien se nos presentó como muy letal y virulento, en poco tiempo ha desarrollado cepas mucho más peligrosas?
En poco tiempo, la Isla, a la par de las naciones de mayor desarrollo de todo el planeta, dio respuesta, en buena medida, a las preguntas esenciales planteadas luego que el SARS-CoV-2 tocara a las puertas de la humanidad –como detectar, prevenir y curar el padecimiento asociado a ese nuevo coronavirus-; sin embargo, en el accionar, al menos en lo relacionado con las soluciones asociadas a las dos primeras interrogantes, nos ha faltado dinamismo, agilidad, respeto a los protocolos sanitarios de contención y enfrentamiento, disciplina, y aunque no somos todos, sí bastantes, lo mismo entre las personas comunes que por parte del personal sanitario.
No podemos cantar victoria y de nada nos sirve que en lo personal, hoy como ayer, las cosas sigan marchando igual de tranquilas cuando dentro de la misma casa, en la acera de enfrente, el barrio común, uno o varios convivientes, vecinos o compatriotas, pueden estar contagiados, incluso, tal vez sin que ellos mismos lo sepan (asintomáticos), mientras la COVID-19 experimenta un alza que parece indetenible.
Basta ya de pensar solo en términos de yo, acabemos de poner el nosotros por encima de todo. Hagámonos un autoanálisis exhaustivo y llamémonos a capítulo, todos, porque incluso aquellos que nos sentamos, sin falta, frente al televisor, con el interés de actualizarnos día a día acerca de la situación epidemiológica del país e incluso aplaudimos los buenos consejos del doctor Francisco Durán, de evaluarnos a profundidad, tal vez nos percatemos que en nuestro comportamiento habitual, quizás sin darnos cuenta, dejamos alguna que otra brecha a la enfermedad.
Los conozco que usan doble nasobuco y le huyen a las aglomeraciones como el Diablo a la cruz, y al llegar a casa se desinfectan con agua clorada, pero luego no van lavarse las manos con agua y jabón, cuando sabemos que toda precaución es insuficiente.
También sé de anciano(a)s informados, seguidores y admiradores del doctor Durán, con más de una comorbilidad –lo cual los hace más susceptibles de contraer la enfermedad-, reniegan de la protección del hogar, y salen a hacer colas, visitas y hasta reciben amistades en casa.
Las cifras de contagios y muertes son cada vez más alarmantes. Obviamente, la batalla contra la COVID-19 no la hemos ganado, y exigirá que aún continuemos su enfrentamiento, pero afortunadamente podemos salir airosos. Ah, eso sí, dependerá de que el aporte y el comportamiento individual resulte un frente común, amplio, sólido, impenetrable, con un empleo eficiente de todas las armas a nuestro alcance, sobre todo aquellas que hacen del cuerpo de cada capitalino un sitio insondable, una manera de salvarse y salvar.
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