
Cuando me dirigía hacia el policlínico, increíblemente mi mente recordaba momentos de mi infancia. Volvía hacia mí aquel miedo a las agujas. Iba dispuesta a recibir la primera dosis del ensayo clínico Soberana 02 en su fase III. La diferencia marcada e irónica era que, ahora, soy uno de los tantos voluntarios dispuesto a recibir un pinchazo.
Apenas llegué, fui recibida con una esmerada atención. Mientras esperaba mi turno, y como estrategia para combatir mi temor infantil, rememoré toda la información adquirida a lo largo de un año de pandemia.
Este silencioso virus ha demostrado que puede generar complicaciones graves que ponen en riesgo la vida y, lamentablemente, ya ha cobrado demasiadas.
Pero lo que siempre me ha impactado es que no hay forma de saber cómo afectará a cada persona. Además, que el enfermarse presupone, también, el contagio a familiares y amigos. Estos son motivos suficentes para que mi miedo a una inyección se minimizara.
Me encontraba ensimismada en mis pensamientos, cuando una voz, dulce y muy empática, me interrumpió. Una doctora nos pidió atención para explicarnos cómo sería el procedimiento. Mientras hablaba, no pude dejar de pensar en todos los científicos, médicos, investigadores que hacen gala de sacrificio, entrega y esfuerzo. Cuánto potencial desplegado para cuidar lo más preciado y que constituye su propósito fundamental: la vida de los seres humanos.
La suavidad con que me inyectó el enfermero hizo que, para mi sorpresa, no sintiera el temido pinchazo.
En mi camino de regreso pensaba que para que esta pesadilla de la COVID-19 termine, debemos confiar en la Ciencia.
Hagamos nuestra esta idea: la vacuna no es una intervención individual, para que sea eficaz y logre inmunidad poblacional, necesita que la asumamos.
Otras informaciones:
Felicitaciones sinceras, también al equipo de científicos que han desarrollado la vacuna y a los que en el Policlínico te atendieron. Saludos