Foto: Oilda Mon

Así, como el título de este comentario, escuché a varias personas referirse a la panadería de la Cadena Cubana del Pan en La Habana, ubicada en la avenida 23, entre 12 y 14, del municipio de Plaza de la Revolución. Resulta que la espera del cotizado alimento obliga a permanecer varias horas en una cola en la cual, cada 20 minutos, sacan a la venta cerca de 50 flautas con un precio de 5 pesos.

No es el único lugar con estas irregularidades; mientras el río continúa revuelto en esa intensa puja de panaderos y clientes. Las causas de estas deficiencias pueden enmascararse en cualquier justificación relacionada con limitaciones en el suministro de los recursos imprescindibles para hornear el pan; sin embargo, más que una coincidencia, las subjetividades condicionan las diferentes opiniones negativas de la población en la interrogante: ¿Me quedo (sin pan) o espero?

Durante la “paciente” espera, el público disiente del servicio y, finalmente, puedes escuchar los más variados temas acerca de disímiles puntos de vista relacionados con los servicios, incluso los realizados por cuentapropistas como los agromercados de este municipio (excepto el Mercado de Tulipán) donde tres ajíes pimientos tienen un precio en conjunto de 27 CUP. ¡Para que hablar de la calabaza o el mazo de cebollino importado del planeta Saturno!

Luego, cuando llegas a casa, una coladita de café se convierte en algo así como pedir caviar en un restaurante de lujo, salvando las distancias de ese exótico plato (me refiero a la hipérbole comparativa) en momentos que conseguir el polvo para el tradicional néctar casi básico para los cubanos, se hace prácticamente imposible y, en el río revuelto, son muchos los que buscan "pescar" entre las necesidades de muchos como la presencia de paquetes de café (de la marca Cubita) llenado y compactado al vacío y en el cual se advierten espacios de vulnerabilidad por un evidente comprimido artesanal.

Como si fuera poco destapé una botella de ron, bajo el sello Havana Club (añejo con tres años), y descubrí que faltaba el tapón plástico para garantizar el vertido sin perder la fragancia…, pero la sorpresa mayor resultó el fuerte olor de alcohol mezclado con no sé qué como el que expiden los residuales de una fábrica. Por supuesto, el fraude era tan burdo como el comparar un Rembrandt con el dibujo que puedo garabatear para "despertar" la tinta en un bolígrafo.

Debemos estar alertas ante los intentos de algunos “vivos” capaces de acceder a los suministros de entidades comerciales que exponen su prestigio como marca registrada y la salud, en este caso, de sus clientes. Nada mejor en este oficio de los periodistas que escuchar a la población y formar parte de sus testimonios vividos.