Ha llegado un tiempo distinto, uno muy diferente para el amor. Ni García Márquez podía suponer cuando escribió El amor en los tiempos del cólera, que de veras habría una especie de cólera, pero peor aún, y, por supuesto, nada que ver con su obra; es una cólera extraña, distinta, que no permite abrazos, besos ni caricias, una cuyo lenguaje de amar se limitará a miradas, intercambio de frases digitales, o en persona, pero a la distancia de un metro o, quién sabe, hará que algunos vuelvan a las misivas, con escritura propia, letra a letra y desde el corazón, algo tan perdido y olvidado en los tiempos de la velocidad.

Sería excelente asumir el reto de la escritura a mano para enamorar espíritus y hacer más vibrantes los encuentros, siempre con la distancia recomendada y la protección asumida que para nada tiene por qué acortar las alas ni eliminar la sed del otro que provoca amar.

Esta cólera, que no se sabe si es castigo de la agotada naturaleza, en venganza por haber sido tan maltratada por los seres humanos, nos ha obligado a detenernos y ver pasar el tiempo, nos obliga a la calma y lo pausado, a las rutinas diarias dentro de casa, pero, siempre, sin perder la ternura y la esperanza que nos da luz para el futuro propio, de la patria y del orbe.

Así mismo, le recuerda al amor que primero nos miramos, luego nos escribimos, tejemos una historia de amistad refrenando ardores, y quizás, quién sabe, mucho después de cultivar flores, y plantar árboles de sólidas raíces, alcancemos la confianza de rozar manos y cuerpos, pero previendo, siempre previendo. Nos hará conocer una manera de amar tan otra, que recordaremos la distancia prudente que exigían, ya no los abuelos sino los bisabuelos.

No creo que pronto podamos abrazarnos ni besarnos tal cual lo hacíamos, pues el enemigo nos vigilará agazapado para asaltarnos ante cualquiera de los cariños, ahora prohibidos.

La mayor muestra de amor, la solidaridad, está por todas partes, se respira, en los valientes que arriesgan sus vidas, no solo como médicos, enfermeras, personal de Salud, sino como trabajadores en todas las esferas quienes ponen todo su empeño, desde el corazón, por ayudar contra el terrible mal. En nuestra Isla, pero, también, en los más recónditos y oscuros rincones del mundo. Eso, es dar amor de veras.

Y volviendo a ese amor de dos, creo que, a pesar de cualquier pandemia, de todo mal que azote, el amor existe, late, y seguirá creando maravillas. Aunque nos contemplemos a través de un cristal o guantes y nasobucos nos cubran hasta el alma.