“(…) me abrazo a tus ausencias / que asisten y me asisten / con mi rostro de vos. Pero el rostro de vos / mira a otra parte / con sus ojos de amor (…)” (Mario Benedetti)
Era impensable, hace unos cuantos años que, un día, la ciencia ficción, llegara a formar parte de la cotidianidad.
A pesar de ya haberse probado que las ficciones de Julio Verne, (un maestro del género) son en la actualidad cosas normales y corrientes, existe un espacio de la espiritualidad de cada ser humano, que pertenece a la empatía, la socialización, el compartir, vivir una vida real, relacionarse de manera sencilla como lo hacíamos en otros tiempos, la cual se va perdiendo de forma indetenible, día a día.

Los que vimos la película Her, en la cual un hombre con una soledad devastadora, se enamora de la inteligencia artificial en su teléfono celular, -la cual posee como don una bella y dulce voz-, hasta el punto de convivir y serle suficiente compañía, le llenaba la existencia de satisfacción, aunque su final fue de decepción; y, aunque no hemos llegado a ese extremo aún, cada vez más, se alargan los intercambios con las máquinas, entiéndase computadoras, celulares, y se acortan los cercanos, personales.
No hay duda alguna de que la tecnología es necesaria, ha resuelto grandes problemas en todos los sentidos, nos ha facilitado el trabajo y la comunicación, pero también se torna peligrosa, cuando se vuelve excesiva y llega a convertirse en un vicio, algo así como una droga, de la cual es imposible prescindir.
Observen atentamente su entorno. Muchos, cada vez con mayor ahínco, dedican más horas a estar sentados delante de la PC o mirando el celular que a sus parejas, amistades o colegas.

En una misma oficina he presenciado conversaciones de tres trabajadores, mediante el chat, cuando podían haber intercambiado ahí mismo cara a cara.
En un restaurante, una familia espera por el pedido, no median palabras entre ellos, cada quien absorto en el dichoso móvil. Ya no hay sobremesa placentera, cada uno es absorbido por lo que ve en ese pequeño teléfono, comen, pagan la cuenta, y continúan por la calle absortos, siempre en ese mundo virtual.
En un parque está sentada una pareja, quizás un matrimonio o sencillamente novios; no se miran, no se acarician, no se dicen palabras de amor al oído, solo observan sus respectivos móviles.
Una madre trata de entablar una conversación con su hijo, -difícil tema-, está jugando en la laptop con audífonos puestos: no la escucha, no la atiende ni la entiende…, cuando al fin logra llamar su atención, él solo responde: no puedo parar el juego ahora. Y continúa. Con gran decepción y mayor soledad, ella se retira.
Dos amigas hablan en el chat, pero la conversación es complicada, y una prefiere llamar por teléfono a la otra: ¡No, por favor!, continúa en chat que estoy haciendo varias cosas a la vez y es complicado coger la llamada.
Los ejemplos serían interminables y esto es tan solo un comentario que pretende llamar la atención, sobre la “soledad tan concurrida”, sí, como el poema de Benedetti, a la cual nos dirigimos sin frenos.
Repito, la tecnología es buena, nos beneficia en múltiples aspectos; pero, la comunicación, la palabra directa, un buen intercambio real y no virtual es algo intrínseco al ser humano. No nos convirtamos en máquinas, porque el tiempo se nos escapa con velocidad, y lo que dejamos de vivir no regresa; la sonrisa, las frases de cariño o amor, los susurros de la complicidad, es imposible expresarlos con stickers o emoticones.

No voy a hablar ahora de los padecimientos surgidos debido a ese frenesí tecnológico actual, eso lo dejo para el próximo comentario, solo piensen que, cuando nos demos cuenta, nos embargará el más yermo desamparo, pero ya será tarde para reconquistar los momentos perdidos.
Muy actual y con acertados criterios. Gracias Clara !!!