
Un SMS de mi mamá llamó mi atención: “Incremento de salario y pensiones”, y yo creí que había malinterpretado alguna noticia. No demoré en llegar y me contagié con su exaltación, aunque escéptica, confieso. Esa noche me fui a la cama con esa frase de mi madre, jubilada y reincorporada laboralmente, y me pregunté cómo me sentía con la aprobación de esa medida. Varias personas vinieron a mi mente: mi padre que no vive para ver el cambio, en una gran amiga que pensaba en jubilarse y decidió esperar…; vino a mi pensamiento una entrañable compañera que prácticamente debe criar a una hermana pequeña; reflexioné en muchos, cuyos meses tenían pocos días. Medité en mí.
El 27-J o 27-6 (como se catalogó la fecha en la red de redes) me devolvió la esperanza de retomar un proyecto de vida que había postergado, el deseo de convertirme en madre, bajo la justificación de “decisión personal” -mantengo esa praxis-, pero en mi caso, joven y empleada del sector presupuestado, que durante toda una vida escuché el reclamo de mis padres por un aumento salarial y que en estos cinco años como trabajadora viví en carne propia ese anhelo.
Ahora siento que salgo poco a poco de un oscuro túnel. Tíldenme de loca ¡qué más da! Sé que mi locura es compartida porque salí a la calle y comprobé (con ojos y oídos) que no estoy entrando en un estado crítico de paranoia, porque mucha gente, mucha, ve la misma luz, intensa, según la visión de cada cual. Hoy, solo me queda reír, soñar… porque retomar mi proyecto, mi deseo de ser madre, ya no es algo impensable.
No tapo el sol con un dedo y soy consciente de que en tema salarial todavía hay camino por recorrer, tampoco me es posible negar que la aplicación de esta medida –llamada a gritos-, es o puede ser el comienzo del cambio que, en los tiempos actuales necesita el país.