Da gusto que los más pequeños jueguen al aire libre. Esta ciudad tan alegre y segura les facilita andar a sus anchas sin el mínimo atisbo de temor porque es verdad irrefutable que en Cuba son sagrados y entre todos se les cuida y alienta a la felicidad.
Los bajos de los edificios y las áreas vecinales comunes son espacios idóneos para que los pequeños se diviertan con juegos tradicionales legados generación tras generación o que emprendan los deportes de temporada. Panorama habitual entre nosotros y apenas una pincelada, y escasa, en otras latitudes del planeta.
De verdad que eso regocija el espíritu y fortalece la convicción en un sano futuro. Ahora bien, desde hace un tiempo y con mayor frecuencia, los menores despliegan sus actividades recreativas con actitudes insolentes en parques de alta significación cultural.
Me refiero específicamente al de la Fraternidad, ubicado en Centro Habana, a un costado del Capitolio. Es este un lugar cumbre de nuestra identidad habanera desde 1928. Allí dominan el ambiente la mítica ceiba cubana y otros árboles maderables muy apreciados, tanto que el propio Doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, después del paso de algún evento meteorológico, ha ido a comprobar si siguen ahí, temeroso de haberlos perdido. También en el césped tan bien cuidado por los trabajadores de comunales fueron colocados diversos bustos de próceres de nuestra región americana. Bajo esa combinada sombra de historia y naturaleza todos nos hemos cobijado con deleite.
Aprovechemos que andamos en fiesta por los 500 años de la Villa de San Cristóbal: familia y autoridades del orden público deben estar alertas ante esas muestras de poca civilidad. ¿Cortarles las alas? No, enseñarles a respetar nuestro maravilloso patrimonio.