Ni me aventuré a solicitar la mercancía. Lo que vi me desanimó por completo. En un establecimiento de Tiendas Panamericanas al lado del Cupet de Boyeros y Ayestarán, presencié como en vez de menudo se daba por vuelto una o varias chambelonas, según el precio del producto. Pude haber defendido el derecho de la consumidora que me precedía en la cola, aunque no lo creí oportuno porque esta había aceptado sin objeciones el ofrecimiento de la vendedora. Opté por contar el dinero que llevaba conmigo y al comprobar que faltaba el requerido me fui sin comprar nada. O sea, me perjudiqué.
Aquello quedó como una espinita clavada más que en el corazón en el sentido de la decencia y por eso, desde mi doble condición de ciudadana-periodista, vuelvo a un asunto que supuse saldado con la Resolución No.54/18, del Mincin, aprobada el 3 de junio del pasado año, referida a las indicaciones para la organización y ejecución de la protección al consumidor en el sistema de comercio interno.
Tal vez la dependienta haya pensado que actuar así es “lindo y bueno”... Porque a ver, ¿a quién no le gusta consumir azúcar, en esta Isla tan dulce? Seguro que usted tiene o un hijo pequeño o un nietecito al que darle una grata sorpresa.
De ingenuidades y desidia está plagado el camino para ir al infierno y también el que permite el descontrol y el robo, incluso uno en apariencia de poca monta. Somos muchos los que contamos los kilitos, los que menudo sobre menudo acumulamos la necesaria cifra para adquirir productos de primera necesidad. La realidad demuestra que el salario todavía es insuficiente, pero si encima, algunos a la “cañona” nos “endulzan” la vida con chucherías en vez de dar el dinero justo, las cuentas nunca darán, y una amargura nos irá corroyendo, como individuos y como nación.