Hace mucho que no la veo. La última vez que nos encontramos iba rumbo a su más reciente trabajo y yo al mío. Se alejó de las aulas porque en aquellos tiempos el salario, la maternidad y la crianza de Hassan, su hijo mayor, la enrumbaron hacia otros caminos.

La recuerdo como la mejor profe guía de aquel cuarto o quinto grado lleno de niños con diferentes caracteres, con los que ella, a pesar de ser joven, supo lidiar y de cierta manera guiar.

Sí, buenos maestros tuve hasta después de la Universidad, pero la riqueza en los recuerdos que dejó aquella son invaluables.

Estar la mayor parte del tiempo escuchándola y aprendiendo de sus regaños no es algo que se repite cuando vas transitando en otros niveles educativos porque, sencillamente, no todos los maestros son educadores y el calor entregado por ella a cada uno de sus alumnos siempre fue especial.

Continuamente evoco la película Conducta y es que, además de la espectacular actuación de sus protagonistas, Carmela en muchos aspectos me recordaba a mi profe Daymí.

La repentina e impactante muerte de un compañero de clase y mi mejor amigo, marcó a todos en la escuela. En la intimidad de ese cuarto o quinto grado se puso una gran coraza, a pesar del dolor y de su juventud, supo controlar la agitación que sus entonces 29 alumnos presentábamos ante una situación que ni ella comprendía. Fueron días difíciles, pero no suspendió una clase. Por la edad nos era imposible descifrar su estado de ánimo o lo que sentía en ese momento, pero no le faltaron las ganas de sacar adelante a quienes habíamos perdido a nuestro condiscípulo.

El asiento de mi mejor amigo no se volvió a ocupar mientras fuimos sus alumnos. Logró que le evocáramos con sus acciones llenas de ejemplo. Creo que esa fue una gran lección: Aprendimos que sobreponerse a la pérdida de un ser querido no significa olvidarle y enfrentarse a situaciones difíciles no representa el derrumbe.