Foto: RSM

Hace varios días justo cuando me disponía a salir para la cobertura de un importante recorrido de la máxima dirección del Partido por La Habana, recibí una notificación desde Luanda, Angola. Miré el reloj y faltaba media hora para las 7 de la mañana. Respondí extrañado y busqué la diferencia de huso horario. Del otro lado, el dolor de la mala e inesperada noticia surcó a la velocidad de la luz del sol e impactó brutalmente en mi pecho.

Estremecido observé en derredor: del otro lado del horizonte serpenteante del malecón habanero emergía la mañana con un diapasón de colores brillantes entre las suaves penumbras que aún permanecían ancladas entre los edificios. Apreté el obturador y detuve esa imagen como si aquella porción de La Habana, resumiera el sentimiento de amor que nos unió desde la temprana infancia.

La admiré siempre por su voluntad y capacidad de sacrificio, por su ejemplo y luego, convertida en maestra, testigo en la lista de espera familiar para escuchar las anécdotas de su primer día de clases y antes, mucho antes de decidir por el magisterio mis viajes marítimos para ir a su encuentro –cuando estudiaba en un preuniversitario de la Isla de la Juventud con el nombre de Vanguardia de La Habana, y llegaba investido de la responsabilidad de acudir a las reuniones de padres…y después, cuando dejó de ser maestra, su trabajo administrativo en una instalación del Centro de Histoterapia Placentaria de Cuba, bajo la dirección del doctor Carlos Miyares Cao, de quien aprendió a forjar su capacidades para asumir tareas complejas de administración y servicios.

Hace unas horas, tal vez 48, conducía de regreso de hacia la nueva sede de Tribuna de La Habana –con las palabras de aliento de la colega que escribe en el piso de arriba, en esta página-, justo en el momento que descubrí la motorina sobre la cual una pareja de recién casados bordeaba el malecón habanero. Adelanté lo suficiente y decidí esperarlos y tomar una instantánea. No mostraron sorpresa cuando ella, me saludó agitando su ramo de flores y él, obsequió una sonrisa.

Fue un instante. Suficiente para desatar la lluvia de emociones contenida en mis ojos, desde la llamada de Luanda, y sentir el influjo de la vida, el respeto renovado a quienes luchan todos los días contra todos los demonios que nos imponen para destruir el valor de esta nación o desanudamos cuando asumimos patrones importados que nada aportan (valga la redundancia) porque no nos identifican a los cubanos, todos.

No soporto el término despectivo para calificarnos y dividirnos con términos sectarios con una frase manida: de a pie. Gracias mi hermana por recordarme, siempre, que no existe un día perfecto; sino un nuevo día para luchar. Prefiero, como me enseñaste, los ejemplos que nos ayuden en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas y decidir cuáles tienen que ser imprescindibles como el derecho a defender la vida y continuar la obra hermosa e inmensa de este país, donde la mujer es como la Patria: ara y no pedestal.  

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