Foto: RSM

Algunos códigos de la comunicación permanecen ocultos y solo emergen de manera causal e inesperada. Hace unos días compartí los recuerdos de una niñez ajena y observé –por primera vez– de manera extraña, un fragmento de mar, a modo de una abrupta despedida que dejó latente un poema de Villena musicalizado a golpe de luz y un corazón, sobre cartulina, en el cual rezaba: “Si mueres por mí, quiero tenerte”.

En medio de tantas cavilaciones no reparé cuando mi pie derecho, asomó en un costado del zapato y reí, por la ocurrencia de aquella situación que pudo ser embarazosa de no ser por la oportuna ayuda que recibí para continuar mi camino. Y es que, precisamente, estamos a merced de sortilegios que recomponen los fragmentos de vida que dejamos atrás; pero debemos continuar.

En ambos momentos: el golpe de luz de aquella tarde y la magia en un zapato, que recuerdo en un día como este domingo dedicado a las madres el haber tenido el privilegio de conocer una de las relaciones de amor más intensas que pueda recordar: la de mis padres.

Muchas veces les escuché hablar, muy bajo, en aquellas noches durante las cuales permanecían despiertos. No podía entender de qué asunto, pero sí imaginaba que eran palabras de amor por el tono suave en las que se pronunciaban. Sin embargo, jamás les vi (no los reprocho) darse un beso de esos que cubren lo intenso, sino caricias que iban de las manos a esa mirada aprobatoria tan imprescindible y necesaria.

Cuando mi padre no estuvo, físicamente más, fue nuestra madre quien se acercó, increíblemente crecida, y nos dijo: “Tienen que recordarlo como un amigo. Fue el primer y verdadero amigo de ustedes. No olviden nunca eso”.

Confieso que la palabra “amigo” no me resultó, al principio, como una referencia a mi propio padre. Con el tiempo lo entendí. También comprendí que los hombres y mujeres que trascendieron a la vida pública han tenido, precisamente en una unión de amor, a sus más fervientes e imprescindibles colaboradora(e)s.

No todos hemos tenido esa posibilidad de ser apoyados, en todo momento, de ser protegidos, de ser pensados en cada segundo, de permanecer unidos, sin mediar la distancia, a través del espacio y el tiempo. En mi caso, llevo conmigo ese “raro privilegio” que define la sutileza de una palabra que encierra la mayor demostración de desvelo y amor: madre.