
Si bien casi todo el 2024 resultó alentador, desde el punto de vista de la accidentalidad, lamentablemente, a punto de caer el telón, las “temperaturas” en calles y carreteras experimentaron inusitados ascensos, y en correspondencia, resultó un cierre bastante caliente, marcado por el incremento de los percances viales, para luego, contrario a lo que dicta el sentido común e históricamente -más o menos- suele ocurrir, asistir –ahora mismo- a un inició de año, al rojo vivo.
Tal vez no bien, en mi opinión un calificativo que habría de reservarse únicamente para cuando señoree el cero absoluto en la materia que nos ocupa; pero, al menos sí, convenientemente. Choferes y peatones habían empezado a entrar por el aro. Lo prueba el hecho de que, pese al aludido repunte cuando estábamos a puntos de despedir el año, tuvimos un 2024, con descensos en los tres indicadores fundamentales que miden la accidentalidad (sucesos, muertos y lesionados), comparados con igual etapa precedente.
Sin embargo, en la recta final la tendencia positiva cambió hacia lo negativo, de un día para otro, lamentablemente con contratiempos que trascienden la categoría de menores y el plano local, además de disputar titulares en los medios de comunicación y cobrar resonancia en las redes sociales, por su espectacularidad, inconsecuencia, y desproporción en cuanto al número de víctimas y monto de daños.
Las vacaciones masivas y los habituales excesos a los que nos entregamos apenas diciembre en asoma en el horizonte, son las causas, aun cuando no la justificación; pero ¿y en enero, qué? ¿Carreteras en mal estado? ¿Deficiencias técnicas de un elevado porcentaje del parque vehicular? ¿Sistema de señalización insuficiente?
Con más o menos las mismas condiciones y quizás un reforzamiento del flujo vehicular (motorinas, motos, carros nuevos), la accidentalidad, en niveles preocupantes, experimentó una mejoría que estableció tendencia, hasta cierto punto prolongada, para luego volver a retroceder al panorama actual, que se pinta gris con pespuntes negros.
Algunas naciones como Francia, Italia, Arabia Saudita, Tailandia, Malasia y Kuwait suelen encabezar la lista de países con carreteras más peligrosas, confeccionada a parir de la frecuencia de hechos y su siniestralidad. En la enumeración que recoge el números de fallecidos por esa causa cada 100 mil habitantes, Cuba ocupa el lugar 135 (7,39) entre los 193 reflejados.
Al cierre del 2024, la Isla registró siete mil 507 contratiempos de tráfico (-12% comparado con igual etapa precedente), de los cuales resultaron 634 muertes y seis mil 613 lesionados (-13 y -4%, respectivamente).
Entre los principales factores desencadenantes aparecen la falta de atención al control del vehículo, irrespeto al derecho de vía, exceso de velocidad e ingestión de bebidas alcohólicas.
Directivos de las Comisiones de Seguridad Vial, en las diferentes instancias, también reconocen la incidencia del estado deplorable de una buena parte la red vial (por falta de mantenimiento) y la insuficiente garantía que ofrece un parque automotor plagado de vehículos con más de 40 años de explotación.
Sin embargo, nada respalda un comportamiento irresponsable cuando se hace uso de la vía, ya sea como chofer o peatón. Aunque las estadísticas dicen que no, supongamos que las vías y autos en mal estados pudieran clasificar como catalizadores capaces de desencadenar el mayor número de accidentes, frente a esa triste realidad los más aconsejable sería extremar precauciones.
El Estado y el Gobierno tienen la responsabilidad, les toca, nadie lo niega, pero aun cuando existe la voluntad, en el actual contexto resulta imposible, lo cual obliga a echarle mano al mejor de los antídotos: ¡Disciplina vial! Lo primero, ha de ser lo primero.
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