Se detuvo, bajó de la motorina y me extendió un casco protector. “Vamos, le llevo”, dijo sin reparar en mi asombro ante la solidaridad del desconocido. Sobre aquella “botella”, sentí que la esencia de las buenas acciones deja marcas imborrables. El espigado joven, de apenas 20 años, se nombra Ordy David Martillí (le pregunté al final de mi trayecto). Pero como él abundan muchos entre los millones de conciudadanos que desandamos cada jornada en nuestra hermosa Habana.

El desgaste del viejo Lada de trabajo –en el cual ofrezco el cotidiano apoyo a mis coterráneos– me obliga a buscar variables como una bicicleta o, sencillamente, caminar. Sin embargo, en la posición de espera disfruté de un aventón que me ofreció otro muchacho en un vehículo estatal. Mientras el aire desde la ventanilla mitigaba el agotamiento producido por el calor, pensé en aquellos que buscan colocar obstáculos a quienes ponen su esfuerzo en lograr soluciones.

Aprovecho para revisar el caudal de misivas que llegan a mi correo de trabajo. Una de ellas advierte la preocupación de los vecinos de Ayestarán, entre Pedro Pérez y General Suárez, en relación con un poste que hace “equilibrio” con sendos transformadores y amenaza con caer solo con el aliento de un vientecillo platanero. La vecina, remitente, asegura que lo han puesto en conocimiento de las autoridades locales; pero el poste sigue ahí…

Pienso que también podemos ser solidarios cuando atendemos los reclamos de nuestros conciudadanos, lo cual se ha demostrado con creces en las etapas más difíciles; incluso esa experiencia personal que relato en este comentario, ratifica que lo más importante resultan los valores y eso incluye aprender a escuchar y corresponder a la población como servidores públicos, para –al hacer el bien o lo correcto- sentirnos satisfechos y agradecidos.