Foto: Tomada de Redes Sociales

Escucho y leo diariamente disímiles criterios relacionados con las amistades en las redes sociales; incluso algunos satanizan estos sitios y los consideran lugares que deberían ser proscriptos, pero (siempre hay un pero) en la dialéctica se establece una definición que puede ayudar a entender por qué millones de personas acuden a estos sitios en el ciberespacio: la necesidad de la comunicación entre los seres humanos.

Sin embargo, es real que existen individuos que requieren (como una cuestión imprescindible) “cosechar” amigos. Entiéndase que no escribí: “cultivar”, sino lo contrario: buscar a toda costa y todo costo la aprobación que realce su imagen entre miles de amigos a los cuales jamás podrá decirles siquiera una palabra en nombre de esa “amistad”.

Otros, esconden sus identidades (respeto ese derecho) porque no les conviene hacerlas públicas; aunque de igual forma participan directa o indirectamente de las “amistades” de otros. Mucho más. Cada amigo tiene una cadena que le hace interminable –como se explica, matemáticamente, en la fábula que hace referencia a la creación del ajedrez- y, para colmo, aparecen los clones. Es aquí donde quiero detenerme.

¿Por qué digo esto? Si bien es cierto que se pueden clonar a las personas al robar la identidad en redes sociales del ciberespacio, considero que el pensamiento no se puede duplicar. La forma de expresarse, en cada ser humano, es como una huella digital de su memoria.

En ello influye, específicamente: nivel cultural (instrucción y educación cívica familiar), conocimientos, dominio de la lengua materna, de otras disciplinas y valores adquiridos en sus relaciones interpersonales: profesión, características psíquicas que definen la actitud del individuo, entre otras. Pero sobre todo, algunos giros que son como la precisión de estas huellas dactilares de la memoria y que se aprenden durante el intercambio entre los amigos.