
Facebook me devuelve un recuerdo, en formato de foto, que me remonta a la época de estudiante universitario. Corría septiembre de 1980, y muchos de los que integrábamos el grupo de alumnos de periodismo, en segundo año, decidimos alquilarnos en una base de campismo, ubicada, ¡nada más y nada menos!, que en las cercanías del Valle de Viñales.
Viajamos en calidad de fundadores de lo que, a instancias de Fidel, nacía con el nombre de Campismo Popular, con el propósito de ofrecerse como una opción recreativa, sana, barata, saludable, con la mirada puesta en los jóvenes, por sobre todo.
A pesar de que, en lugar de cabañas, por techo, te asignaban una casa de campaña, a armar por quienes serían sus propios moradores, y la cocción de los alimentos y buena parte del aprovisionamiento, corría a cargo de los excursionistas, resulta innegable que la pasamos de maravillas.
La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) tuvo la iniciativa de graficar aquel loable alumbramiento, y menuda sorpresa nos llevamos nosotros, cuando alguien llegó al grupo con un folleto que recogía aquellos inolvidables momentos.
Y si hablo ahora de esto, más que por las nostalgias y el verano que toca a la puerta e invita a revivir aquellas aventuras, es por tener la certeza de que aquel pedazo de vida, que nos obligó a vernos casi a diario las caras, a lo largo de un lustro, hizo de nosotros mejores personas.
Los ya lejanos tiempos de la UH, Facultad de Artes y Letras, mi tiempo, el nuestro, también los fueron de escaseces, mucho menos que ahora, pero tensos, sin dudas. Ahora bien, lo compartíamos todo: el unicornio azul (jeans) -que iba de cuerpo en cuerpo, según dictara la necesidad personal del momento-, las preocupaciones, el arsenal de los menguados bolsillos, los secretos y hasta los miedos.
La tolerancia y la solidaridad nos unieron y de qué manera. Procedíamos de todos los territorios del occidente de la Isla, desde Pinar del Río hasta Villa Clara, incluida la Isla de la Juventud, además de otras nueve o 10 naciones, amigas, de casi todos los continentes. Nos diferenciaba, la raza, el lugar de origen, idioma natal, creencias religiones y filiaciones políticas, pero nos estrechaba el sentimiento de sabernos útiles unos a otros y el respeto.
A lo largo de estos estos casi 40 años, después de habernos graduado, nos hemos vuelto a reunir en tres o cuatro ocasiones. En respuesta a la convocatoria, allí han estado los que pudieron, incluso, algunos viajaron desde el exterior, y compartimos siempre, sin tener en cuenta lo que cada quien podía arrancar en el otro alguna que otra mirada torcida.
La tolerancia es la cualidad humana que nos permite aceptar la forma de vivir, sentir, pensar de los otros, aun cuando no se parezca a las nuestras; la solidaridad, en cambio, ayuda a sortear retos que desde lo individual, pueden resultar insalvables. Son principio, que en tiempos difíciles como los de ahora, es menester poner de moda, con el propósito de que reine la paz, ya sea en el entorno familiar o fuera de casa, y que veamos siempre frente a nosotros, cuando menos un semejante, con la disposición de tenderle la mano de ser necesario.
Desterrar la violencia ha de ser la palabra de orden. De eso se trata, dejarnos seducir por la comprensión, la paciencia y el amor, aun cuando es menester tener muy claro que el derecho a ser tolerado no da derecho a confundir libertad con libertinaje.
Sano y profiláctico resulta respetar la Ley y las normas de convivencia. De un lado es obligarlo, del otro, muy conveniente.
Otras informaciones:
Estos son tiempos donde la tolerancia debe ser la divisa que mueva nuestro corazón para el bien de todos. Ojalá y el mensaje llegue bien alto.
Argudín, lo por tí planteado en tú artículo es muy valedero en estos tiempos tan complejos y difíciles. Pero sería necesario, que nuestra sociedad, la de aquí, la cubana, a todos los niveles, fuera más sensible y humanista con sus coterraneos.