
Ellos son, de a especie (humana), corazón y cerebro, alegría y parte importante e imprescindible de todo progreso. Son continuidad, futuro, chispa, amor, y también, por suerte, rebeldía. Son, en esencia, semillas plantadas que solo requieren buena atención para crecer y dar frutos.
¿Podría alguien albergar tanta ignorancia como para pretender un mundo sin estudiantes?
Créanme, aunque parezca un absurdo, los hay. Y cuento: El 17 de noviembre de 1939, en Checoslovaquia, los ocupantes fascistas ultimaron a nueve educandos, enviaron a otros 1200 a un campo de concentración e indicaron cerrar las puertas de todos los planteles de nivel superior.
¿La razón principal? La naturaleza indomable de quienes, más que nadie, aman la libertad, el progreso y la independencia, y son, por excelencia, abanderados de las revoluciones.
Pero volvamos a la Praga del ´39. Indóciles como suelen ser, los jóvenes universitarios checos no se cruzaron de brazos e hicieron valer su patriotismo. Como digna reverencia, al valor de quienes por la independencia de su país lo arriesgaron todo, alzando voces y brazos contra la ocupación nazifacista de su territorio, desde 1941, en todo el mundo, conmemoran la fecha como el Día Internacional del Estudiante.
También, desde entonces, no todos pueden conmemorar de la misma manera. Por desgracias, no pocos jóvenes se ven precisados a evocar los aquellos acontecimientos con protestas contra fascistas enmascarados que ahora invaden con promesas de libertad o crueles e injustificadas venganzas. Algunos como los palestinos les toca celebrar fusil en mano, emboscados al paso del agresor y algunos, todavía más desgraciados, ni siquiera saben leer o no conocen de esta y otras conmemoraciones.
En Cuba, en cada casa hay o hubo un estudiante. Por eso noviembre 17 marca una jornada de jubileo. A pesar de limitaciones y escasez, a nuestros muchachos le sobran razones para celebran porque les sobran razones para cumbanchear: autonomía universitaria, protagonismo, voz y voto, oportunidades.
La Habana sola tiene para avergonzar incluso a naciones desarrolladas. Entre casas de altos estudios y facultades universitarias no alcanzan los dedos de las manos para enumerarlas. Y ni hablar de aquellas en otros niveles y tipos de enseñanza.
Llega siempre al archipiélago el Día del Estudiante como un buen pretexto para tirar la escuela por la ventana, en cada rinconcito de la Isla, porque hasta en los lugares más apartados, allá en lo más alto de la serranía y hasta en medio del monte, tenemos, al menos un aula y un profesor. Qué nadie olvide la escuelita montuna con un solo alumno y una sola maestra, quien percibía un salario por enseñar a su hijo.
El Día del Estudiante en Cuba son todos los días, y son también jornadas de todos, en particular de ese inmenso ejército de jóvenes que en las escuelas se les ve estudiar, saltar, cantar, bailar y reír felices, a pesar de los pesares.
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