
El anuncio de su conferencia a la mañana siguiente se corrió por todos los rincones del edificio de Artes y Letras. Para los estudiantes de Periodismo resultaba una clase inédita si buscáramos un término para definirla, por lo que la noche resultó extremadamente larga y, en la mañana, no faltaba ningún rostro de nuestra clase.
La Doctora María Dolores Ortiz, traspasó el umbral y con una sonrisa similar a la de Mona Lisa, buscó un asiento justo cerca del mío. Como si fuera poco venía acompañada del Doctor Gustavo Du'Bouchet. Ambos cruzaron miradas de picardía como si fueran adolescentes, justo cuando apareció el profesor Daniel Chavarría.
Entonces la Doctora se levantó y con aire de solemnidad juvenil presentó al invitado con uno de esos gestos de buen gusto y modestia que siempre le acompañó. “Estaré, como ustedes, atenta a esta clase”.
De sus tres o cuatro conferencias magistrales (programadas) que recibiríamos, durante una semana -casi siempre acompañada por el Doctor Du´Bouchet-, ninguna se concretó en correspondencia con lo esperado; aunque no dejó de asistir a clases y sentarse como uno de nosotros, a pesar de constituir un símbolo de la Cultura y la Educación en nuestro país.
Sin embargo, esa impresionante muestra de sabiduría y sencillez -al presentarnos a quien sería nuestro profesor: Daniel Chavarría-, nos dejó todo un caudal de respeto por la modestia de una de las más grandes académicas cubanas, entre dos siglos, que trasciende en la vida de generaciones de compatriotas, en aquella aula televisiva llamada Escriba y Lea (así, léase en modo imperativo) compartida por millones y desde la cual suele en cada momento de nuestras vidas, acompañarnos.
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Tuve la dicha de conocer a la Dra Ortiz bastante cerca, pues erámos vecinos, de conversar sentado en la sala de su apartamento, ella junto a Alemán, su esposo y yo en compañía de mí media naranja. Sus anécdotas y vivencias fluían con un lenguaje culto y educado, pero alejado por completo de palabras rimbombantes y altizonantes, pues sabía situarse a tono con sus interlocutores, dejando las ganas de que no acabarán. Servicial ante problemas de mí familia, sencilla y afable, presta a dar el apoyo y ánimo en momentos de fatalidad. La última vez que estuve cerca de ella, fue en la calle de madera en la Habana Vieja, con la presentación del libro Corazón, hace ya unos años. Ví su salud deteriorada, pero lucída su mente y su dulce voz que transmitía el mensaje al auditorium. Al concluir, tuvieron la gentileza de traerme en su Lada hasta la esquina de mí casa en su recorrido hasta la suya en Marianao. Hemos perdido una genuina intelectual y sobretodo de una cubanía inigualable, pues también sabía ponerse molesta.