Foto: Tomada de Redes Sociales

Me pasó, le juro que me sucedió. Tras una hora y media –quizás dos- a la espera de una reunión que -aunque por motivos justificados- nunca se dio, y otras dos o tres al “acecho” de las dos guaguas que cubrían el trayecto de regreso a casa, terminé con unos deseos de orinar casi inaguantables, al punto –creo yo- que si me hubiese visto obligado a refrenarme solo un par de minutos más, habría reventado o pasado por la vergüenza de que quienes se dieran cruce conmigo notaran el empape de mis pantalones, en algunos lugares que no dejarían lugar a dudas: Mojados, sí, y no precisamente de agua.

Les confieso que tomé providencias. Cosas propias de quienes vivimos la tercera edad. No tenía mucha urgencia, pero busqué un baño, cuando oficialmente quedó suspendido el encuentro, mas -como era de suponer- estaba cerrado con llave y el responsable de abrir y cerrar, nunca apareció.

Concuerdo, La Habana es, por mucho, una Ciudad Maravilla. Es dueña de incontables encantos, que van desde su arquitectura hasta su gente, eso para no hablar de sitios emblemáticos, sortilegios culturales, históricos y hasta folclóricos, pero apenas tiene baños públicos.

Cuando, con el apremio por miccionar, también aumentó mi desesperación, en medio del Vedado, primero, y luego en la Ceguera, Marianao, ni siquiera intenté buscar una instalación sanitaria, a sabiendas que no iba a encontrarla. Ya no se puede entrar al Coppelia, con este propósito, como antes muchos hacíamos. Y además de lógico resulta asimismo, obvio. Tampoco a ningún otra instalación gastronómica. Y por estos lares no abundan los sitios apartados, fuera del alcance de la vista de los transeúntes. Esto último tampoco es aconsejable, por respeto y moralidad, y también –imagino- dada posibles implicaciones legales.

Hace bastante tiempo abordé el tema. Entonces le escuché decir a alguien, con las carencias y otros propósitos de mayor urgencia como argumentos, que no era el momento de emprender la construcción o el acondicionamiento de locales para baños públicos, pero que sí existía un proyecto, y su emprendimiento no tardaría.

Parece que aquel proyecto se extravió en alguna gaveta, y algunos creen que la urgencia de su materialización no es comparable a la de quien siente reventar su vejiga, cuando llegar a casa implica cubrir la distancia entre La Rampa y el Cotorro o quizás Guanabacoa, y primero lograr montarse en dos o tres guaguas.

Con unos 720 kilómetros cuadrados de superficie y más de dos millones habitantes (no pocos con todas las zapatillas del cuerpo flojas y con salideros, a consecuencias de los rigores del almanaque), la inmensa y superpoblada Habana “… es una de las pocas capitales del mundo donde el caminante apremiado no puede dar paso a sus necesidades fisiológicas, cómoda y decentemente”.

Así frecuentemente, solía lamentarse, airadamente, frente a los micrófonos de Radio COCO, quien por ese entonces era su director fundador, el destacado periodista Guido García Inclán, allá por la década de los 70, del pasado siglo, lo cual prueba que estamos hablando de un problema de larga data.

Es verdad, un baño público no es más necesario y apremiante que… (y podría caber un millón de cosas). Sin embargo, hay momentos en que nada resulta más necesario y perentorio que un inodoro.

Ver además:

¡¿Cuba terrorista?!