En el malecón habanero se ofrecieron flores a Camilo como muestra de respeto. Foto: Oilda Mon

Cada 28, los capitalinos como Cuba toda, nos vamos al Malecón o cualquier arroyuelo de reparto, con una flor en cada mano, con la pretensión de inundar las aguas. Niños y jóvenes –de uniforme y pañoletas- siempre son los más entusiasmados. Pero, a la cita, no falta el obrero ni el soldado ni el artista intelectual… porque Camilo -como nadie- supo vestir mejor de pueblo.

Los más miran al mar, es verdad, mas si de reverenciar al héroe tan parecido al típico cubano, se trata, poco importa si río, laguna o presa; tampoco, si rosa, clavel, lirio o sencillo marpacífico… resultará una suerte de saeta encendida que iluminará las aguas, ya jamás quietas, ni frías o indiferentes.

Y Camilo volverá sorprender al Che con una de sus bromas, le pasará la mano sobre el hombro y se irán a derribar molinos, sin importarles mucho si volver al camino y cabalgar sobre Rocinante, ahora implica empuñar tiza, fusil o la palabra.

Octubre 8 y 28 marcan la memoria histórica de la nación, rebelde como aquellos mismos héroes, y como ellos, amante de la libertad y la justicia. Inicio y cierre de una jornada nacida de la honra y para la honra, matizadas de charlas, conversatorios, evocaciones, pioneros que cambian de atributos, y aguas alfombradas de perfumados pétalos multicolores.

Miro a uno y otro lado, y en todas partes está Camilo –acompañado por el Che-, mientras el pueblo aviva la llama de sus cien fuegos, que resulta una gran llamarada eterna.

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Camilo en la hora del recuento