Foto: Maya Laksmi

Transcurridas más de dos semanas del azote de Ian al occidente de la Isla, todavía los reportes de las labores de recuperación ocupan espacio en noticiarios y periódicos, aun cuando no se ha escatimado nada, ni perdido ni siquiera un segundo. Respecto al huracán y su descomunal impacto, los daños erizan, en términos de magnitud; y palpar la realidad ya es otra cosa: quien recorre las zonas afectadas termina por cortársele el aliento.

Sin embargo, en medio de tanto dolor y tanta pérdida, el fenómeno hidrometeorológico ha venido a ratificar que los malos momentos y las situaciones más estresantes, también sacan lo mejor de los seres humanos.

Y habrá, tal vez, quien se resista a creerlo e insista en defender su verdad del vaso medio vacío, y llame lobo al hombre cuando toque describirle en su comportamiento para con el hombre, sin (querer) saber que ahora mismo en la ciudad cubana del mejor tabaco, la vida dice otra cosa bien distinta, en tanto la solidaridad se multiplica y abre paso; mantiene viva la esperanza y hace el milagro de arrebatarle una sonrisa al dolor de quienes lo han perdido todo o casi todo, mientras le arranca pedazos a un panorama marcado por los destrozos, el calor asfixiante, la oscuridad y el silencio en la noche…

Pero, al mismo tiempo, pulula el amor y las historias de quienes llegan a dar y compartir, sumar brazos a los del patio, en el laboreo restaurador, físico y espiritual; de quienes irrumpen, sin pedir permiso, a devolver el techo o levantar el alma, con la cuchara de albañil; los guantes dieléctricos y varas de sujeción de cables; el uniforme verdeolivo, y hasta la guardia en alto cederista, la obra plástica y el canto, o sencillamente cajas y cajas, llegadas ¡sabrá Dios de cuántas casas de cualquier barrio!, llenas de ropas, aseo, utensilios de cocina y hasta lo inimaginable; eso sí, todo de marca, una sola marca que borra las que traen de fábrica: ¡Amor!

Y es que la solidaridad en Cuba forma parte de la idiosincrasia, se da espontánea, sobre todo cuando más falta hace. Los de acá la sabemos medicina salvadora cuando las escaseces materiales se dejan sentir, cosa de gente humilde, aprendida desde la cuna, y alimentada el día a día, de vecino a vecino, acostumbrados a compartir lo que no alcanza sin esperar nada a cambio. Demostrado está, es el arma más eficaz frente a lo tremebundo y también frente a las naciones fuertes que acosan a las pequeñas.  

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