
No podemos negar que nuestros científicos vencieron y colocaron bajo el control a la pandemia del COVID-19 con la efectividad de las vacunas cubanas. Tampoco podemos olvidar los dos años a través de los cuales el coronavirus del SARS-CoV-2 puso en jaque al planeta y sus efectos devastadores llevaron al luto de cientos de familias.
Las imágenes de las calles de La Habana, vacías, dejaron una profunda huella en sus residentes, en especial, sobre los más jóvenes de la familia entre los cuales el efecto del encierro necesario y el aislamiento de las escuelas retrasó el proceso de aprendizaje; a pesar de los esfuerzos para mantener la actividad docente a través de las teleclases y otras formas de comunicación.
Como se había previsto la posibilidad de nuevas variantes de coronavirus e incluso del dengue, nos lleva a mantener la alerta sostenida en cuanto a regulaciones sanitarias cuya vigencia –por estos días– deja de ser opcional, en medio de un escenario caracterizado por las actividades del verano.
El uso del nasobuco, los desinfectantes hidroalcohólicos y la observación de una conducta preventiva en lugares de alta concentración de público, nos obliga a mirar hacia adelante con la experiencia que adquirimos para sobrevivir al contagio; pero sobre todo a evitar, desde lo individual, las condiciones que posibilitan la presencia de un vector como el mosquito Aedes aegypti, en nuestros hogares.
Hemos demostrado que evitar la propagación de las enfermedades respiratorias es también posible desde las medidas adoptadas. Según las declaraciones del decano de la Facultad de Matemáticas y Computación de la Universidad de La Habana, el doctor en Ciencias Raúl Guinovart Díaz, “la epidemia, dijo, va a tener ciertas oscilaciones, manteniendo características propias de la enfermedad endémica”; y para todas las provincias se mantendrá la tendencia al control de los casos, excepto para la capital, donde puede seguir creciendo, lentamente, el número de casos confirmados”.

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