Foto: Félix Adrián Suárez Morales

Toda relación con un árbol es lo más cercano a la vida, a la propia naturaleza del ser humano como parte indispensable de nuestra memoria a través de los tiempos. Sin embargo, muchas veces arremetemos contra estas especies de una forma depredadora y otras dejamos que su follaje se convierta en una amenaza para la convivencia humana al obviar el proceso de poda regulada en manos de profesionales.

Es el caso de una vecina de la calle 9na., entre 90 y 94, del municipio de Playa, donde un enorme roble blanco –especie caracterizada por sus propiedades medicinales– acecha, desde hace varios años
(incluidas temporadas ciclónicas), la placa de su vivienda construida mucho antes que el árbol desarrollara sus actuales dimensiones.

Sus propietarios, no de este roble que se encuentra en la vía pública, han realizado infructuosas solicitudes a las autoridades pertinentes, en múltiples ocasiones a la Organización Básica Eléctrica –obe–
de La Habana, en busca de una poda regulada que posibilite erradicar el peligro de corte eléctrico sobre el tendido de cables y, en consecuencia, la caída de una de las frondosas ramas sobre la avenida que
utilizan varias rutas de ómnibus; mientras el árbol con sus fuertes raíces distorsiona el hormigón de la
acera y alberga una colonia de abejas que mantiene en jaque a los vecinos.

La cuestión se torna cada vez más inquietante durante la actual temporada ciclónica, considerada muy activa, mientras estos vecinos observan la presencia del árbol –extendido con forma de V (de
victoria)– como un peligro latente que se mantiene a la sombra de quienes deben evitar la tragedia
sobre una cubierta para cuya reparación se debe atravesar un sinnúmero de trámites muchas veces infructuosos para completar los materiales de construcción necesarios.

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