En lugares públicos se impone el distanciamiento físico y uso correcto del nasobuco. Foto: Ricardo Gómez

Tengo una amiga, que tiene su puesto laboral en Tarará y vive muy lejos de allí. Cuando le di la noticia de que ahora en La Habana potencian una vez más el trabajo a distancia o teletrabajo, sólo dijo:

- ¡Qué falta hace que eso lo apliquen en mi empresa!

Ella comparte a diario un transporte apretado y está expuesta a contraer COVID-19. Como es joven, quizás logre sobreponerse a la pandemia, pero si contagia a su anciana mamá, a esta última, le será difícil.

Pongamos otro ejemplo. La madre de Tony quería que suspendieran las clases ante el creciente número de pacientes positivos a la epidemia. Sin embargo, el niño hoy se pasa el día entero en la calle.

Algo similar sucede con una vecina, asidua a las colas, pero que se acerca demasiado a quienes le acompañan, se baja el nasobuco, fuma, y a veces no le basta con conversar, sino que toca a sus interlocutores, para matizar el diálogo.

Hablo de personas que están expuestas a contraer el virus, unas porque se los impone el capricho de un ejecutivo y las demás por ser incapaces de cumplir con el aislamiento y el distanciamiento físico y social que demandan especialistas y autoridades, ante la COVID-19.

Precisamente, con el fin de alertar sobre la importancia de elevar esa percepción de riesgo y unir aún más la voluntad de los capitalinos, para vencer una epidemia altamente contagiosa y que enferma y mata a personas de cualquier edad, es que el Consejo de Defensa Provincial de La Habana, exige incrementar las medidas restrictivas en la ciudad.

La reactivación del trabajo a distancia es una norma que permite mantener activas algunas fuerzas y elevar la productividad, al evitar que pierdan tiempo en el transporte, a la vez que aligera la capacidad de los ómnibus, la cual nuevamente fue limitada.

En cada centro deben analizar minuciosamente quién es imprescindible para prestar servicio o producir, y todo el que pueda y tenga condiciones para aportar desde la casa, debe hacerlo.

Como explicaron expertos, solo cortando el contacto entre sanos y enfermos, puede ponerse coto a la epidemia.

Por eso, ¿qué hacen los niños en la calle, cuando deben permanecer en casa, atender a las teleclases, estudiar, estar resguardados por la familia?

Cada vez es mayor el número de infantes y menores de edad contagiados. Eso debe constituir una alarma social.

En una situación de serias limitaciones económicas, las colas en las tiendas y mercados son inevitables. Pero, aunque existan grupos instruidos para organizarlas, nadie puede hacerlo mejor que el propio pueblo.

Es imprescindible guardar distancia, usar desinfectantes o sustancias alcohólicas y cloradas, portar el nasobuco.

Evite hacer visitas. Hay que prorrogar los abrazos… ellos pueden esperar, la salud, no.

De nada valen el esfuerzo sanitario, la creación de capacidades de aislamiento, la elevación del rigor técnico y los innumerables recursos humanos, médicos y asistenciales que el Estado dedica a la contienda contra la COVID-19, si el pueblo es incapaz de comprender que el mayor responsable de su salud, es uno mismo.

Vea además: 

Adopta La Habana restricción total de movilidad nocturna

Necesario aislamiento