
Ni siquiera sé su nombre, pero con bastante frecuencia intercambiamos saludos y confrontamos criterios, en torno a los más diversos temas nacionales e internacionales. Sin embargo, esta vez, el habitual “Hola (o qué tal), periodista”, de mi vecino del barrio, fue sustituido por lo que a mí me pareció un lamento: “Las cosas volvieron a empeorar”, en franca alusión al preocupante repunte del número de personas positivas a la COVID-19.
Ni corto ni perezoso contraataqué: “La pusimos mala nosotros mismos”. Él asintió con gestos de cabeza. No sé en otras provincias (no tengo elementos), pero si en La Habana, la enfermedad salió del confinamiento a donde habíamos logrado reducirla y ha ganado terreno es solo porque sucesivas victoriosas batallas nos hicieron pensar que habíamos ganado la guerra, y nos confiamos.
Nos equivocamos cuando, a fuerza de mantener la tradición, muchos despedimos el año a golpe de fiesta y pachanga, a la manera de siempre. Volvimos a equivocarnos cuando no tomamos en cuenta que el 2020 se fue, pero la COVID se quedó, y cada vez fuimos más quienes nos pusimos a jugar con fuego, sin tomar en cuenta que poníamos a todo el mundo en riesgo de morir en la hoguera.
Dejado atrás más o menos diez meses que resultaron terribles, cabe reflexionar si nuestras proverbiales maneras de ser, caracterizadas por la efusividad en los saludos y cercanas formas de relacionarnos, pueden seguir siendo más de lo mismo.
El mundo de hoy está regido por la pandemia, por más que nos duela. Sin embargo, no acabamos de asumirlo. En mis recorridos por la ciudad veo personas que usan el nasobuco de corbata o solo les cubre la boca, incluso trabajadores estatales, en el cumplimiento de sus funciones, lo cual me parece inadmisible.
A veces, también, llega uno a una cola, y los encargados de velar por su organización, se limitan a repartir los turnos, sin exigir el necesario distanciamiento social y el uso correcto del protector de boca y nariz; eso para no hablar de choferes y conductores de ómnibus que irrespetan los protocoles de transportación establecidos y, literalmente hablando, abarrotan la guagua. Aunque justo es reconocer que la mayoría actúa con sensatez y rigor, pero en esta batalla un solo informal puede echar todo por tierra.
O nos sumamos todos ACTIVAMENTE al enfrentamiento a la COVID-19 o podemos dar por perdida la batalla, de antemano. Es verdad que frente a la falta de percepción de riesgo o las actitudes negligentes, la mayoría transita del asombro a la indignación, pero la mayoría asimismo opta por la pasividad cómplice.
En el enfrentamiento a la COVID -como en todo lo demás- llamar a capítulo a indisciplinados, malas cabezas, despistados es ahora mismo la mejor manera de potenciar la vida y la dignidad. Frente a la pandemia nos toca también someter a prueba nuestra vocación solidaria y tradición victoriosa. Pongamos buena la cosa.
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