Uno de los imperativos sobre los cuales especialistas sanitarios y autoridades gubernamentales continúan reclamando mayor compromiso es la responsabilidad –individual y colectiva–, por su importancia vital para el éxito en el enfrentamiento a la COVID-19.

Dicho así, parece solo una línea repetida hasta la saciedad, un bocadillo teatral que a fuerza de ser enunciado una y otra vez va quedando hueco, vacío de sentido, solamente un “algo más” en las consabidas alertas y llamadas de atención, parrafadas que reúnen consejos, medidas de protección y fatales consecuencias…

Sin embargo, no es así. Los procesos de naturalización social que llevan a asumir como cuestiones normales hasta las más cruentas realidades no pueden, en este caso, bajo ningún concepto, entronarse en nuestro contexto. Cada vez que la palabra responsabilidad sea pronunciada o escrita, debemos lograr que sea cargando todo el valor que ella entraña, como garante de vida y supervivencia.

De igual modo, no podemos permitirnos –como en un estadio de fútbol– arrojarnos unos a otros el balón de la disciplina como si fuera una esfera ardiente. No pertenecemos a bandos opuestos dispuestos para criticar las gestiones ajenas, al contrario, pertenecemos todos al gran bando humano que hoy tiene ante sí un rival escurridizo, mañoso y mortal.

Que cada quien desde su parcela haga lo establecido y venceremos: no quedan exentos los administrativos y trabajadores en los centros laborales, ni los adolescentes y ancianos en los hogares, ni las autoridades del orden en las calles, ni los líderes de opinión en los medios y redes sociales.

No puede haber división posible en esta batalla, donde –sin temor, vuelvo a repetirlo– es imprescindible la responsabilidad; esa que nos hace ser precavidos, cuidar de nosotros mismos y de los otros, pensar en el bienestar de hijos y padres ajenos, lamentar la muerte en cada familia desconocida es, y seguirá siendo por ahora, la única manera de resistir frente al nuevo coronavirus.

Crear espacios seguros donde el miedo, incapaz de derrumbar las murallas de la higiene y la organización, no pueda penetrar, debe ser la meta común, pues hasta que se concrete a niveles industriales la producción de una vacuna que finalmente nos ponga a todos a salvo, es nuestro deber luchar por la vida.

Cada vez que nos preguntemos por qué las cifras de contagios oscilan sin alcanzar su mínima expresión, hurguemos en nuestra memoria en busca de comportamientos no respetuosos hacia las normas y ahí, donde pique la conciencia, hagamos un ejercicio de no más tropiezos. Vencer la COVID-19 es posible.