Próximas a la ceiba, al centro del habanero Parque de la Fraternidad, puede vérseles acomodadas con todo lo que necesitan para trabajar:un juego de barajas españolas,una pucha de flores,un tabaco y una copa de agua,quizás un poco de perfume,algo de cascarilla... Son las lectoras de la suerte (o cartománticas) que, asistidas -según la sabiduría popular por seres ya fallecidos habitando otras dimensiones-, prevén acontecimientos por venir.

Ellas identifican en las figuras de bastos, espadas, oros y copas, suertes o desgracias. Casi siempre las primeras vienen de la mano de un viaje al exterior, el conocimiento de un hombre/mujer o de una permuta; las otras presagian chismes, malintenciones, por parte de un compañero de trabajo y, en algunos casos, una enfermedad.

Hasta ellas llegan todo tipo de personas; el ansia por escudriñar el futuro desconoce fronteras sociales y tampoco repara en horarios, por lo que desde temprano en la mañana comienzan las lectoras a vaticinar sucesos bajo la sombra del histórico árbol.

Y pensando un día en que, de alguna manera, la vida de los habaneros es la de la ciudad se me ha antojado ver a La Habana sentada justo al centro de sí misma averiguando su suerte. ¿Qué guardarían de bueno las barajas para su destino? ¿Un viaje? ¡Imposible! ¿Cambio de casa? ¡Por favor, claro que no! ¿Un nuevo amor? Tal vez…

Pero debiera ser uno que de una vez se vuelque sobre ella, llegue hasta sus heridas más profundas y resane con voluntad de acero las antiguas grietas, que sobre cada cimiento resentido vierta muchas ganas de hacer más.


Tendría que ser un amor resistente al cansancio, a la frustración, para levantarse temprano a trabajar sin atender a malintenciones o mediocridades y que lograse imponerse siempre a la letal enfermedad de la desidia.