
Eran jóvenes, hermosos del resplandor que desprendían sus ideas, ansias de justicia e igualdad, deseos de ver redimida la larga historia de luchas gestadas en lo más profundo del pueblo, pero frustrada a manos de los inescrupulosos intereses que la seudo república había engendrado.
Como casi todos a esa edad, gustaban del baile y las risas, soñaban con amores, pero, sobre todo, con el desarrollo económico, social y cultural de esta Isla a esas fechas convertida en traspatio de una nación ajena. Corría 1953 y en el centenario de Martí, fueron ellos quienes marcaron toda una generación.
Fueron ellos, de La Habana a Santiago, los de la Granjita Siboney, los del fusil en mano, los de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el hospital Saturnino Lora, Melba, Haydée, Abel, Raúl, Fidel… fueron ellos quienes desgarraron el velo de la imposibilidad y con sus juventudes señalaron el camino de lo que con lucha y sacrificio podía lograrse.
Un 26 de julio escrito para siempre en la historia con sangre, con el dolor de las muertes que pareció luego limpiar el camino que emprenderían los rebeldes hasta las montañas de la Sierra Maestra y de ahí nuevamente a La Habana, trayéndose consigo la verdadera, la definitiva, la ahora ya irrebatible libertad de Cuba.
Un grito rojinegro, hecho luego bandera, movimiento, marca de heroísmo, retumbó en el firmamento santiaguero; la Patria lavó con sus sudores las deshonras que los gobiernos corruptos desde principios de siglo habían estado infringiendo a las más de tres décadas de guerra en la manigua que lograron expulsar al dominante español. Eran jóvenes, hermosos, llenos de vida, y toda la dieron. Con ellas, rompieron la noche.