Las cifras, aun cuando estén por debajo de la decena –incluso el cero caso de reportes en un día–, siempre actúan como un foco rojo en la percepción de riesgo que debemos tener para hacer frente al SARS-COV-2, y el transporte público deviene punto de convergencia de personas procedentes de todos los municipios capitalinos.

Foto: Oscar Álvarez

Varios meses de lucha sostenida contra la COVID-19 pusieron en máxima alerta los esfuerzos, recursos y la voluntad del Estado cubano para reducir el impacto de la pandemia en nuestro país; con énfasis sobre un escenario que muchos predijeron apocalíptico en La Habana, dada su condición de capital, donde residen más de dos millones de habitantes y recibe la confluencia del tránsito obligado de miles de personas hacia otras provincias.

Aun cuando la enfermedad representa un peligro letal y no se ha logrado una vacuna definitiva, las regulaciones sanitarias en función de una estrategia concebida para la puesta en producción de fármacos con demostrada eficacia contra el nuevo coronavirus, mantienen movilizadas las fuerzas de científicos y la permanencia en cuarentena de miles de profesionales de la Salud.

No obstante, este fin de semana aún podían observarse en los ómnibus públicos de rutas como la 222, que atraviesa de Oeste a Este el centro de la capital, más pasajeros de pie que los admitidos por la regulación sanitaria. De igual forma algunos choferes (en la cabina) compartían el reducido espacio con los mal llamados “copilotos”, entre otras personas ajenas a la función del cobro, similar a la estampa, casi tradicional, antes de la pandemia.

El escenario donde se ubica la enfermedad no es excluyente, la letalidad no ha disminuido. Tal parece que la primera etapa de recuperación POS-COVID-19, enuncia que ya no existe riesgo de contagio, propagación e incremento de casos por la enfermedad. Más que responsabilidad de cumplir, obligatoriamente, las disposiciones sanitarias, el comportamiento individual resulta determinante.