No han faltado quienes, desde el inicio de la COVID-19, armados de una filosofía de matices místicos, hayan asegurado que la Naturaleza necesitaba un respiro y que el aislamiento al cual hemos sido precisados es una escaramuza para recuperarse de nuestros estragos.

Reforzando esta “intuitiva” creencia, noticias de todo el mundo referencian la disminución del llamado agujero en la capa de ozono, el avistamiento de especies donde hace solo meses era imposible y un aumento de la masa boscosa en varias zonas del globo de acuerdo a imágenes captadas por satélites.

Sobre este tema, seguramente, versaron las agendas que este 5 de junio reúnen a los interesados –deberían ser todos– en torno a la celebración del Día Mundial del Medioambiente, en un escenario atípico que pone un signo de alarma sobre quienes todavía desatienden los llamados de auxilio de un planeta que entrega mucho más de lo que recibe.

Sin asumir posturas apocalípticas ni sensacionalistas, sí vale la pena hoy repensar cuánto somos capaces de hacer por la salud medioambiental y no hacemos; cuánto más es necesario reorientar nuestras mentalidades hacia inversiones en tecnologías limpias, el uso racional de los recursos naturales, la convivencia respetuosa con el resto de los seres que habitan nuestro mundo y modos de producción sostenibles.

Desde que la Asamblea General de Naciones Unidas estableciera esta fecha en su resolución del 15 de diciembre de 1972, muchas han sido las iniciativas contra la contaminación, pero aún se requieren mayores voluntad y respaldo políticos, disposiciones que empoderen las comunidades más desfavorecidas en materia ambiental y, sobre todo, una repartición más equitativa de las riquezas.

Por otra parte, muchos iluminados por la conciencia temen a la repetida frase “regresar a la normalidad”, marcada por el consumismo, el derroche, el desangrado de la Naturaleza para satisfacer intereses económicos probadamente insuficientes ante el despiadado coronavirus. En tanto esperan que la Humanidad decida dar un cambio radical –aunque poco probable–, disfrutan el canto de los pájaros que han vuelto a anidar en los árboles de la ciudad.