Entrega a domicilio para quienes así lo requieran Foto: Wendy Oliva

Pidió mantener esto en secreto, como si tratara de algo siniestro. Me lo comentó por teléfono, sin levantar mucho la voz, y solo tras aclarar que no lo ha publicado en sus redes sociales, ni lo hará, porque no es algo para vanagloriarse. Luego de casi prometerle guardar confidencialidad, contó que desde hace algunas semanas les alcanza el almuerzo a un grupo de ancianos que viven solos en el municipio de Playa.

Le dejé hablar, sin hacer muchas preguntas porque noté el entusiasmo cómplice que embargaba sus palabras. Fue así como puede conocer algunos detalles. Detalle número uno: fue convocado por su centro laboral. Detalle número dos: utilizando un medio de transporte personal acude a casa de, quienes él llama, “los abuelitos”, recoge pozuelos o tinajas, va hasta el centro de elaboración que le ha sido indicado y luego regresa con la comida, aún caliente. Detalle número tres: le gusta hacerlo.

Mientras describía el brillo agradecido en los ojos de los ancianos, lo imaginaba con esa delicadeza suya que termina por rendir hasta los más fieros gigantes, siendo un David convencido de la utilidad de la virtud y cuya honda para defender y defenderse de los Goliat es el arte. Pude casi verlo tocando gentilmente la puerta de estos sus nuevos amigos, esos que quizás con el paso de los meses y el restablecimiento de esa “normalidad” en la cual vivíamos antes, olviden su nombre, pero que ahora encuentran en su visita la más deliciosa de las medicinas contra el desaliento, un rayito de sol abriéndose camino a base a voluntad entre las rendijas de la soledad.

Y él, que de tan bueno y humilde a veces parece invisible, hace todo eso pensando solo en que es su deber, aunque sí pienso sepa cuán grande es su grano de arena en esta batalla que ha terminado por envolvernos a todos. Y cumplí mi palabra, no dije su nombre, pero debía contarles a los lectores que ser mejor persona, repartir atención, cuidados y amor es posible en esta era y lo será siempre.