Compartir no es dar al otro lo que sobra, aquello que ya no es necesario o que con el paso del tiempo se ha convertido en inservible. No, compartir es tomar de entre las pertenencias más queridas y brindarlas a quien las necesita. Donar es dar sin esperar nada a cambio y la mejor forma de hacerlo es desde el anonimato, pues el silencio cómplice de las buenas acciones se espanta ante la fanfarrea, se retuerce ante el resplandor del dorado cintillo de las recompensas.

Reflexiono en ello al pensar en los donantes de sangre. ¿Existe algo más preciado que la vida, y la seguridad, por tanto, de la sabia que conduce el oxígeno y el resto de las imprescindibles sustancias para su garantía por el cuerpo humano? La sangre es, podríamos decirlo así, el combustible de la vida; sin ella, la maquinaria de carne y hueso que contiene órganos y sentimientos –en dimensiones distintas, pero siempre en armonía– no podría “andar” y aun así hay quien toma un poco de ella y se la pasa a otro que casi nunca conoce.
De ese que recibe uno de sus bienes más preciados, el donador no sabe ni su nombre, cuántos años ha desandado por la Tierra, ni para qué propósitos (nobles o mundanos) se reserva su espíritu. No sabe ni su credo ni su orientación sexual, si es negro, blanco, militante o desempleado; solo se detiene a pensar en que, si algún día un ser humano se encuentra enfermo o accidentado, él puede poner su aporte en la posibilidad de salvarlo. Sabe que podría, con solo algunos minutos de su tiempo y un poco de su propia vida, eso sí, salvar la de otro.
Caminaría entonces multiplicado por las calles de esta o de otra ciudad, habría hecho crecer las risas donde quizás hubiera solo llanto y extendería su existencia en otro corazón, que latirá por más tiempo, marcando los acordes del bello arte de donar.
Gracias por la nota Claudia!!!!
Gracias por tu comentario. Donar siempre!!!!