Nunca podrá saberse su nombre, ni a qué se dedica… solo que un sábado, cuando fue a buscar el litro de hipoclorito de sodio de su núcleo familiar en la tienda El Lucero, municipio de Cerro, aprovechó para comprar chícharo, como haría una persona precavida y mantuvo la distancia recomendada para las colas por estos días. Desde detrás del nasobuco, cualquiera puede haber sido el nombre con solo mirar en su chaqueta deportiva los colores de la bandera y cuatro letras: Cuba.

Como es habitual en las colas, sobre todo si demoran, las personas compartieron criterios sobre el nuevo coronavirus, la necesidad de cumplir con las orientaciones de las autoridades sanitarias y gubernamentales, las puertas abiertas a los cubanos que andan por el mundo, los médicos que colaboran en la lucha contra la COVID-19 en Lombardía, el Caribe y África…

Se habló también acerca de cómo médicos y enfermeras de la familia y hasta estudiantes de Medicina, de Cuba y otras nacionalidades, van puerta por puerta, buscando síntomas de enfermedades respiratorias, alertando sobre la urgencia de entender que si bien no queda de otra que hacer colas para comprar alimentos, lo cuerdo, a nivel individual y social, es mantener una distancia segura, aun si no tenemos, como en otros países, pegatinas en el piso indicando dónde pararse.

En medio de la conversación, con el nasobuco azul oscuro cubriendo la mayor parte de su rostro, ella dijo algo más o menos así: “me siento orgullosa de ser cubana, de vivir aquí, de cosas que se hacen por la gente, que lleva a las personas a dejar a un lado la responsabilidad individual”. Allí compartió una anécdota: le comentó a una amiga extranjera que su sobrina fue aislada en el hogar, porque dos de sus compañeras de aula habían sido ingresadas en el IPK, sospechosas de haberse contagiado por un contacto con alguien venido del exterior. Un día, cuando la enfermera llegó a pesquisar, la muchacha había salido a copiar unas series, el regaño fue para la familia completa. Por la tarde, la doctora llamó para saber cómo se sentía y le advirtió que, si salía nuevamente, la mandaría a aislamiento, en el campo.

Ante esa historia, que por común no leemos en toda su magnitud y profundidad, la amiga, desde Rusia, le comentó: “por favor, hazles saber a los médicos cubanos la admiración que despiertan en una rusa”. Y si por las noches, los reconocemos con ese aplauso homenaje que se ha extendido a algunos barrios de la ciudad, acompañémoslos ahora – y luego, para siempre-, con una actitud que se corresponda con el riesgo y la grandeza de lo que hacen comúnmente y multiplican hoy.