El 14 de febrero es el Día del Amor y la Amistad. Así ha sido desde hace mucho tiempo; jornadas antes los enamorados localizan regalos, trazan estrategias para sorprender a su amado/a, se diseñan programaciones especiales desde los espacios televisivos y radiales, los restaurantes ofrecen ofertas exclusivas y es casi posible tocar con las manos el amor, pareciera materializarse como un gran halo de luz sobre todos los que poseen sus razones.
Y a pesar de ser casi imposible sustraerse de sus encantos. Cabría pensar por un momento en todos aquellos que pasarán el día solos. Así, sin más. Inmersos en la más escalofriante quietud. Aquellos que no sentirán dos manos cerrando sus ojos por detrás, esperando con mariposas en el estómago para develar la sorpresa guardada dentro de una caja de cartón, aquellos que al abrir la puerta no descubrirán una mesa elegantemente vestida con velas y una botella de vino, aquellos que para llegar hasta su cama no seguirán un caminito hecho con pétalos de rosa que su pareja se dedicó en deshojar.
La noche del 14 de febrero habrá quien no bese, quien no abrace y pase largas horas fingiendo que atiende al televisor, mientras con el rabillo del ojo vigila el teléfono, añorando a que suene. Otros, ni siquiera eso; nada esperan y comen solos, sin nadie que les pase el hombro por encima o recueste la cabeza en su regazo mientras vuelven a ver, una y mil veces, Los puentes de Madisson o Fantasma. Habrá quien no desee nada más que volver a ver a quien significó tanto para el/ella y ya no está.
Habría que correr a abrazar fuerte a aquel que sepamos en esa situación; a fin de cuentas el amor es la fuerza más poderosa del mundo, no conoce límites, es capaz de todo. Un sentimiento (en todas direcciones: filial, patriótico, carnal, hacia nuestras mascotas y amigos) tan grande que a veces es imposible de decir, es entonces imposible también que quepa todo en un solo día.
bellas palabras. He estado en esa situaciòn