Bajo el pretexto de celebrar la fecha como un inmenso cumpleaños colectivo, La Habana se estremeció cual una –como debe ser–, en función no solo de engalanarse, sino de resolver acuciantes problemas causados tanto por la naturaleza, como por una administración norteamericana cada vez más empeñada en asfixiar la opción escogida por el pueblo en enero de 1959: nuestra plena soberanía.
A los 27 días de este 2019 un inesperado y feroz tornado recorrió cinco de los 15 municipios capitalinos, dejando a su paso una estela de casas, hospitales y escuelas devastados. Pero en cada grieta abierta por el remolino de viento germinó la semilla de la solidaridad, que se hizo flor en los abrazos de la hora oscura, cuando los vecinos fueron hermanos y miles de manos anónimas se unieron para limpiar escombros, levantar nuevas paredes o techar hogares…
Luego, la misma flor cubrió las calles y avenidas de toda la ciudad cuando los barcos que cargaban combustible para abastecer al país fueron detenidos antes de llegar a aguas nacionales y fue necesario que todos, sin excepción, abrieran las puertas de sus autos para dejar entrar a desconocidos y adelantarlos hasta centros laborales, consultas médicas o exámenes escolares, aunque en realidad, daba igual.
¿Cuántos choferes de autos estatales, sin saberlo, les dieron “botella” a algunos de los que meses antes llegaron hasta los territorios afectados, con agua potable, ropa, productos de aseo y alimentos enlatados? Recordar cada rostro en momentos de tanto dolor es casi imposible, como lo es también recordar cada “de nada” sonriente después de un “gracias” a quien nos ayudó esa mañana a llegar hasta nuestros destinos, en medio de la premura. ¿Quién ayudó más? ¿Quién agradeció más?
Así recordamos (ya lo sabíamos) que la solidaridad es una hermosísima flor que no tiene rostro específico, sino que adornan sus pétalos miles de ellos y que germina para brillar ahí donde más adversos se presentan los canteros, donde menos probabilidades tiene de llegar el sol. Con ella, se perfuma La Habana, complacida de haber comprobado que, en el momento justo, sus hijos saben acompañarse sin preguntas.
Con sus 500 años, despide al año que termina remozada, con sus fuentes cantando canciones de agua, con parques reverdecidos, muchos edificios restaurados, otros nuevos y tantas otras cosas que aún no hemos descubierto, sobre todo aquellas invisibles a los ojos, y por tanto, las esenciales.