A veces una circunstancia puede colocarnos de un lado de la perspectiva completamente ajena al lugar que nos corresponde como pasajeros, cuando se trate de viajar en un ómnibus metropolitano, donde “no cabe ni un alpiste”; sin embargo, el tránsito puede resultar una experiencia agradable o un “pasaje a lo desconocido”, como los minutos en los cuales –a solicitud del chofer- me convertí en conductor-cobrador, de la ruta 222.
Y, como La Habana no es tan grande como parece, en la parada siguiente uno de los pasajeros, un conocido de mis días de la Radio, el locutor Miguel Hernández, exclamó entre risas: “¡¿Cambiaste de oficio, periodista?!”, devolví el saludo y riposté defendiendo la posibilidad de contribuir con el transporte público. Claro está, no todo fue de sol, una señora que abordó pidiendo apoyo para ocupar un lugar resultó el nubarrón de la divertida escena al colocar la sentencia detonante: “¿Así que periodista…?,¡seguro que no está acostumbrado a montar guaguas!”.
Cualquier disertación en defensa de mis colegas o los miles de diversos profesionales que utilizan este servicio de transporte, no tendría sentido siquiera llevarlo a estas líneas de no ser porque aquella conciudadana me hizo recordar una situación ocurrida hace décadas cuando en una guagua, “repleta hasta el techo”, sucedió una tragicómica escena por el reclamo de una catedrática (de origen ruso), quien daba clases en la Universidad de La Habana. La profesora escuchó a alguien que gritó: “¡Acere, monina, para ahí…!” Y la académica regulada en su expresión por las buenas maneras, replicó: “¡Compañero Acere Monina, abra la puerta por favor!”. Por supuesto, hubo un “desternillamiento” de risas que aún puedo escuchar.