Varias veces escuchó esto: el mercado masculino está en crisis, actualmente ningún hombre quiere responsabilidades ni compromisos, por eso hay que cuidar lo de una. Si ese hombre tuyo es tan bueno, ¿qué importa si llega unas horitas tarde en la noche? ¿Cómo molestarte por sentirle olor a bebida si sabes que trabaja todo el día para complacerte? Jamás te deja sola porque te ama y protege y lo que dicen tus amigas sobre su mal genio son puras invenciones, ya quisieran ellas un compañero tan fiel y entregado.

Por eso lo pensaba mejor antes de ponerle fin a una relación asfixiante y sin espacios para el diálogo en la que poco a poco se sintió diluida en la personalidad del otro y donde las decisiones eran tomadas cada vez más unilateralmente. Le costaba, incluso, reconocerse frente al espejo: no era ella quien vivía en un cuerpo que hacía meses no se estremecía en la intimidad y hasta reír le requería un esfuerzo extra.

Siempre que se planteaba una ruptura antes de hacerse más daño el uno al otro, el remordimiento le atacaba por la espalda, recordándole acusadoramente todo lo que él había hecho por ella, quien tampoco era perfecta. Entonces, sus dolores por haber renunciado a sus pasiones laborales parecían nada y sus inconformidades sexuales e intelectuales bajaban la cabeza para cederle paso a la gratitud, una de las más hermosas cualidades humanas. 

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Hasta que un día decidió militar en el bando de las malagradecidas, esas mujeres crueles que lo abandonan todo para perseguir su sueño de ser felices. Se desintoxicó, no sin trabajo, de reproches e inseguridades, y se dedicó tiempo a sí misma: matriculó un curso de idiomas, cambió el color de su cabello, retomó las reuniones con sus padres y adoptó un perro callejero.

De pronto comenzó a sorprenderse tarareando canciones, bailando con la escoba mientras barría, riendo sola y sin ausencias. No extrañaba nada; ir sin acompañante a los lugares no parecía ya tan complicado y no debía cuidar sus palabras para no herir hipersensibilidades ajenas. Quizás para muchos fuera una ingrata, pero estaba tranquila. Esa paz lo ocupaba todo y prefería mil veces ser malagradecida que vivir sin vivir, como una muerta viva muy agradecida.