El conductor del auto Lada, con placa particular, se detuvo en la parada de ómnibus frente al Ministerio de las Comunicaciones e informó a la inspectora –de control y apoyo al pasajero- que podía llevar tres pasajeros rumbo a 23 y M. Ella, una vez más, hizo la pregunta con el rostro visiblemente preocupado: “¿Nadie quiere ir a un pasaje a lo desconocido con Taladrid?”

Subí al auto; no por el carismático conductor del estelar programa, sino porque era la mitad de mi ruta y la otra (poco más de dos kilómetros) podía andarla sobre mis pies. Por supuesto, aproveché y le recordé a Taladrid mi vieja solicitud para hacerle una entrevista y, aseguro, apenas en sus ojos cabía el asombro al cruzar frente a la Terminal de Ómnibus Nacionales. “Está vacía”, acotó con una muestra de sensibilidad tan alta como el altruista ejemplo ofrecido a quienes esperábamos una botella.

Puedo asegurar que son muchos los choferes de autos privados e incluso rentados a turistas capaces de detenerse por sí solos. Dicen que el artista de la plástica José Fuster colocó un letrero donde sentencia: “Yo doy botella”, una práctica que comienza a formar parte de la cotidianidad, aun cuando no estén los inspectores de transporte y los agentes de orden público (patrulleros y motorizados).

En estas muestras de solidaridad popular desafiamos la insensibilidad del gobierno de Estados Unidos en su pretendida estrategia de paralizar a la nación cubana y crear el malestar entre los residentes de la Isla, mediante el recrudecimiento del genocida bloqueo impuesto hace casi seis décadas.