No es la canción de los años 60 del cantante Mick Jagger y el guitarrista Keith Richards, de The Rolling Stones. Se trata de un sentimiento que no debería ser, esencialmente, “coyuntural”.
Con probabilidad la siente el chofer de la moto con matrícula B67813, quien se detuvo en el semáforo de Boyeros y Tulipán, casco en mano, e insistía en llevar a alguien. Mientras duraba la roja y él reiteraba el ofrecimiento, comentó que entre las personas que había querido transportar, una mujer le agradeció el gesto, a la vez que le explicó que no podía porque su esposo no la dejaba montar moto.
Volviendo al asunto: los cientos y seguro miles de conductores de guaguas, autos estatales y privados, motos, camionetas, paneles y hasta “tur”, que por estos días han dado botella en La Habana y a lo largo del país, en muchos casos no inducidos, sino espontáneos, pueden sentir el sentimiento que decían no alcanzar en su canción los músicos británicos.

Los que se han beneficiado de la ayuda brindada en paradas y semáforos también la han sentido, lo que devuelve el alma al cuerpo, cuando el individualismo y el sálvese quien pueda acechan y amenazan. Y añoran que se mantenga tanto como se pueda y necesite.
No sería descabellado entonces que uno no desee que, de vuelta a la normalidad, se pierdan la oportunidad de continuar sintiendo el agradecimiento en las miradas y las palabras. No habría que resucitar a los amarillos ni recurrir a los actuales azules ni a los agentes del orden, si cada conductor, chofer, jefe o copiloto, llevaran su propio amarillo dentro.