La angustia era perceptible en la voz de la mujer que llamó a la redacción de Tribuna de La Habana, en busca de ayuda, urgente, para evitar los maltratos recibidos de su familia. Permanecí anonadado hasta que del otro lado de la línea el aliento regresaba a la calma con una pregunta ineludible: “¿Me van a ayudar…?”.

Somos protagonistas del inevitable envejecimiento de la población, de la cual formamos parte, de acuerdo con las posibilidades de elevar el ciclo de vida. Las causas esenciales están asociadas al incremento de la esperanza de vida, la disminución de la mortalidad y el descenso de la fecundidad. Por esta razón resulta imprescindible aplicar estrategias capaces de estimular la natalidad, mejorar las condiciones y calidad de vida del adulto mayor, así como establecer una atención diferenciada, sistemática, en función de este grupo población vulnerable. 

Foto: Jorge Luis Baños

Sin embargo, sobre el Estado no debe recaer de forma exclusiva esta responsabilidad fundamentada en protecciones jurídicas y de los beneficios que disponemos como sociedad en desarrollo. La familia debe estar preparada desde la simiente para garantizar el establecimiento de sus bases en la creación de un hogar (no es directamente proporcional al tamaño de la vivienda), a través de la educación de los hijos como garantes del nivel de atención requerido por los ancianos.

Debemos asumir este encargo, no solo biológico, sino espiritual y afectivo. Muchas veces, cuando referimos la actitud asumida por los jóvenes de la familia con respecto a los abuelos, escuchamos opiniones apocalípticas que nos excluyen de ese compromiso al pretender compararlos con las generaciones precedentes. De ningún modo hemos sido perfectos (los padres y los abuelos desde el principio de todos los tiempos). Sostengo la invitación a reflexionar en este sentido.