“Estoy llegando ahora, no me atormenten…”, fue la expresión de una funcionaria de la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social, en Centro Habana, cuando irrumpió a las 10:00 de la mañana en el recinto donde ya esperaban varios ciudadanos, quienes escucharon anonadados la volcánica frase, preludio de una gestión imprescindible en sus vidas, ahora marcada por el maltrato.

Quienes testimoniaron la agresividad de la funcionaria explicaron la forma inadecuada de interpelar a una mujer: “¿Y tú qué haces aquí…?”, interrogante que generó un caos en la recepción cuando –cada cual– comenzó a vociferar por la solución de su problema. 

Foto: Internet

Estos ejemplos negativos –en ocasiones– se encubren en acciones silenciosas. Recientemente en el Café Real, con apenas un año de inaugurado, en 25 y 12, en el Vedado, comprobé el mal estado de una cerveza Cristal con sabor a agua de mar. ¿Cómo pudo suceder si el envase no fue abierto? Por supuesto, no tuve el beneficio del reclamo porque abrí el recipiente fuera del lugar donde se expende. 

Hace unos días reclamé a una vendedora del supermercado de 23 y 10 que me cambiara el paquete de galletas que me intentaba vender, por otro menos quemado. “Todas están así”, fue la malhumorada respuesta, mientras, a unos metros de ese mismo mostrador, pude adquirirlas en mejor estado y con el valor agregado de un trato afable.

Más allá de una actitud unipersonal e incompatible con la atención a la población y protección del consumidor, este accionar nos obliga a defender las buenas prácticas para hacer valer los derechos del ciudadano y corresponder a la estrategia de “pensar como país”.