Cuando, a principios de los noventa, entrevisté al periodista estadounidense Aroon Ruby, de la Pathfinder Press, me respondió sin rodeos: “Ustedes, quizás, no percibieron que la Unión Soviética ya era un cadáver cuando se derrumbó. Ahora todo será más difícil para Cuba”. Diez años después nos volvimos a encontrar, en una edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana. No dejó de sorprenderse con relación a la fortaleza de nuestro país después de la desaparición del campo socialista. Su primera frase completó la respuesta inconclusa con respecto a la última pregunta que le formulé en nuestro primer encuentro.

“Realmente no pensé observar esto”, dijo convencido frente a la magnitud de uno de los eventos culturales más importantes de la Isla. Cuba estaba viva, firme, resolutiva. Observaba la continuidad del proceso Socialista en medio de las atroces dificultades generadas por el genocida bloqueo impuesto contra nuestro país por el gobierno de Estados Unidos. Atravesábamos una situación económica difícil en medio del llamado período especial. Los cambios que se experimentan hoy, en nuestro país, me obligan a evocar el pensamiento del Che cuando aseguró: “No basta con cambiar las estructuras económicas y todo lo demás se resuelve. Para construir el Socialismo hay que construir también el sujeto de esa nueva historia, los hombres y mujeres, y también la cultura”.

Las nuevas generaciones enfrentan el reto y la nueva responsabilidad de asumir la continuidad de la Revolución. Evoco, especialmente, aquella mañana, en la Plaza de la Revolución: el azul del cielo era más intenso y se expandía en el silencio de los afluentes de pueblo que convergían en el Memorial José Martí, para rendir homenaje eterno a quien ofreció como legado el ejemplo de su vida. Entre los rostros, de varias generaciones, los más bisoños parecían banderas. Nunca vi tanto orgullo en las nuevas simientes de la Patria. Más que dolor había gratitud y entereza.  

Foto: www.fidelcastro.cu