Sé el que eres, que es ser el que tú eras, / al ayer, no al mañana, el tiempo insiste, / sé sabiendo que cuando nada seas/ de ti se ha de quedar lo que quisiste.
Fina García Marruz
Estoy absolutamente convencido de que nadie podría tener mayores ni más violentos e irascibles enemigos que el amor. Así ha ocurrido desde el principio de los tiempos. De ahí que el principal aliado de una victoria sea, precisamente, el amor. Nadie puede negarlo y agradezco compartir este sentimiento por La Habana entre quienes facilitan parte de su tiempo y comparten este breve espacio de reflexión.
He tenido la suerte de escuchar a la hija de un mártir de la Revolución, Sergio González López, pedir a quienes participaron de la velada política cultural, el cuidado del espacio de recreo hermosamente reconstruido en ese céntrico lugar de la ciudad que, por suerte de la tradición compartida, entre generaciones de habaneros, conocemos como el parque de El Curita.
Al escucharla, comprendí la fuerza de esa relación de amor a la patria chica como parte de un todo en el cual crecen las raíces profundas de la memoria popular. Pensé en el privilegio de la vida entregada por su progenitor para tener el testimonio de una de las personalidades más queridas entre los habaneros. Pido permiso a Amaury Pérez Vidal, al reproducir las palabras de su entrevistado, el Doctor Eusebio Leal Spengler, cuando describe aquel prolijo encuentro con uno de los conspiradores durante los duros años de lucha clandestina contra la tiranía de Batista:
“Yo pienso que la personalidad más atractiva para mí fue, en una de aquellas incursiones por Centro Habana, cuando me encomendaron llevar un mensaje al antiguo mercado, que se demolió al triunfo de la Revolución. (…) había que entrar por laberintos de venta de gallinas, de frutas, de animales, de lechones, de pequeños restaurantes y al fondo, metido en medio de todo aquello, una imprenta y en la imprenta, un hombre, un hombre que leía Los miserables de Víctor Hugo, con pasión y que estaba allí en camiseta, con su delantal y que era el impresor de aquella casa. Se llamaba Sergio González. Y como era cristiano como nosotros, le llamaron “El Curita”.