Entre las pequeñas fortunas de las cuales dispongo se encuentra el libro: Cuba, la forja de una nación (Despunte y Epopeya), del escritor e investigador Rolando Rodríguez. Un volumen, en cuatro tomos, que me ha facilitado entender algunas particularidades de la historia de nuestro país y ajustar mis puntos de vista en relación con aspectos marcados por diferentes historiadores con relación a la formación de una identidad nacional. Por supuesto, hubo obras que ejercieron una fuerte influencia en mi futura vida profesional. Me refiero específicamente a una de las joyas de nuestro Apóstol José Martí, La edad de oro.
He leído que el gobierno de Estados Unidos destinó más de 30 millones de dólares para crear focos de subversión contra nuestro país: grupúsculos de golondrinas, se me ocurre llamarles, con perdón de estas aves, que de ninguna forma pueden “hacer un verano”.
Me refiero, concretamente, a condicionar los factores imprescindibles para una de las llamadas primaveras mediáticas que aplicaron en otras naciones del mundo, consideradas enemigas por el imperio o como base de operaciones para mantener la estrategia de dominio imperial en regiones del planeta donde existen recursos que forman parte de los intereses de los megamonopolios con fuertes inversiones de los círculos de poder en Washington.
Cuba no es la excepción. Nunca lo ha sido. Todo lo contrario. Un análisis casuístico de las relaciones mantenidas por las administraciones de la Casa Blanca y en específico la agresividad del gobierno de Donald Trump, demuestra la vigencia de arreciar el bloqueo contra Cuba, como paso necesario para cerrar el círculo de dominio y control del resto de Latinoamérica y el Caribe.
Más allá de la posición estratégica de la Isla, desde el orden geográfico, otros elementos históricos explican el porqué de las advertencias tempranas de nuestro Mayor General José Martí y la postura intransigente del Mayor General Antonio Maceo. Nada ha cambiado. No podemos ser ilusos.

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